Todo pinta a que este sexenio vestirá de guinda. Tendremos la primera mujer en ocupar el poder ejecutivo a nivel federal. Pero también una mujer con amplios poderes parlamentarios, incluso mucho mayores que los que tuvo Andrés Manuel López Obrador durante su mandato.
Hasta donde se sabe al momento que escribo, la presidenta podría tener una mayoría calificada para gobernar holgadamente sin preocuparse por la oposición, puesto que en ambas Cámaras a nivel federal podrá pasar sin restricciones cuantas iniciativas tenga a bien enviar. En cuanto a las gubernaturas, hasta el momento parece que la mayoría de los Estados de la federación se decidieron por la opción morenista en 23 estados.
A reserva de ratificar esto último, también parece ser que las legislaturas de estos 23 estados gobernados por esta fuerza tendrán mayoría en cada congreso local, con lo cual el panorama queda totalmente perfilado para emprender una serie de reformas constitucionales sin escollos ni contrapesos.
Sin necesidad de pedir apoyo a otros institutos políticos, la presidenta podría llevar a cabo las reformas que su antecesor no pudo para, ahora sí, iniciar una transformación profunda del Estado en temas torales como los órganos autónomos, las energías no renovables, la conformación del poder judicial, las nuevas reglas electorales y el posible regreso de lo que ahora es el INE al resguardo de la Secretaría de Gobernación, las competencias del ejército y la Guardia Nacional, entre otros.
Incluso, y ya encarrerada, podría llamar a un nuevo constituyente para modificar por completo la Carta Magna, lo cual sería una verdadera transformación del Estado y marcaría el futuro del país.
Todo ello, claro, con el concurso de sus correligionarios. Lo cual quiere decir en términos políticos que, para ello, tendrá que sortear dos pruebas esenciales para poder hacer cuanto se proponga.
La primera de ellas es que todo el aparato de Morena guarde una disciplina castrense en su operar político. Es decir, que se asuman como una fuerza homogénea con una identidad propia, más relevante que su grupo de origen. Que los prófugos de otros partidos que se mudaron a Morena, respeten y se adapten a seguir la línea marcada por la presidenta, a reserva de sus diferencias, intereses y cotos de poder que siempre han conservado de forma gregaria y exclusiva en grupúsculos que han venido a llamarse coloquialmente “tribus”.
Ya veremos trabajando codo a codo a los evangelistas con los ex perredistas, o a los ex priistas con los protagonistas de la izquierda más combativa y soterrada. Si Sheinbaum logra mantener la unidad y conciliar todos esos intereses podrá gobernar como si se deslizara en terciopelo. Pero si no es así, las guerras intestinas le irán reclamando por turnos, sus canonjías a cambio del apoyo que hoy la entroniza.
La segunda condición es complemento de la primera. Andrés Manuel logró montar el caballo bronco de las tribus de Morena y dominarlo. Para nadie es un secreto que lo que hasta ahora ha sido el efecto aglutinador de expresiones políticas tan variopintas no es un proyecto político, ni una ideología, ni el pragmatismo al gobernar, ni los grandes principios, ni su capacidad como estadista, ni su conocimiento del “pueblo” o de su “historia”. Lo único que mantiene unido a Morena hasta la fecha es la figura carismática y patriarcal de Andrés Manuel.
¿Podrá tener ese carisma Claudia?, Andrés Manuel, ¿le despejará el camino para que su estrella pueda brillar en el firmamento, mientras la de él se apaga? ¿Sustituirá el carisma por el expertise como funcionaria, académica y científica? ¿Hará a un lado a su mentor para asumirse plenamente como dueña de la silla? ¿Negociará con las tribus o las tribus la chantajearán?