Católicos agradecen a Dios porque Beryl causó daños mínimos, afirma el Arzobispo

El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, aseguró que los católicos son agradecidos con Dios y saben que al final el huracán “Beryl” fue generoso con nosotros. Resaltó la civilidad de todos al aceptar las indicaciones de las autoridades y tomar las precauciones debidas. “Estemos atentos para conocer las necesidades que pasan algunos hermanos ofreciéndoles nuestra ayuda fraterna”, dijo.

Indicó que la palabra profeta significa literalmente “el que habla en nombre de otro”, pero siempre se aplica a los hombres y mujeres que hablan en nombre de Dios.

“En Israel ser profeta era una profesión por la que éstos recibían un salario de parte de las autoridades; sin embargo, había también aquellos que no profetizaban para ganar un salario, ni mucho menos para agradar con su predicación a las autoridades del pueblo”, enfatizó.

Refirió que en la primera lectura tenemos el caso del profeta Ezequiel. Se trata del momento en el que el profeta tiene un encuentro con el Señor, quien lo envía a predicar, pero le advierte que el pueblo al que lo envía es rebelde.

Por eso, prosiguió: “Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos” (Ez 2, 5).

Señaló que a Ezequiel, al igual que a los demás profetas por vocación, así como al mismo Cristo, les quedan las palabras del Salmo 122, que hemos proclamado: “Ten piedad de nosotros, ten piedad, porque estamos, Señor, hartos de injurias; saturados estamos de desprecios, de insolencias y burlas”. No ser bien recibido en tu propio pueblo fue para Jesús una verdadera injuria, un verdadero desprecio.

Precisó que Jesús es el Profeta por excelencia, pues viene con la autoridad de Hijo del Padre, a transmitir lo que él mismo atestiguó junto al Padre. Él es la Palabra hecha carne, que conmueve con su predicación a cuantos le escuchan.

“El evangelio de hoy nos narra la ocasión en la que Jesús, después de haber iniciado su ministerio público, de ser seguido por multitudes y de haber obrado milagros, llega a su propia ciudad de Nazaret, donde se había criado, para predicar ahí, entre sus familiares, amigos y vecinos. Cuanta ilusión habría en el corazón de Jesús al llegar a predicar en la sinagoga de su pueblo”, mencionó. Expresó que llegó ahí junto con sus discípulos, y fue hasta el sábado, estando reunida la población en la sinagoga, cuando Jesús predicó a sus paisanos. Éstos quedaron asombrados, pero se llenaron de inquietudes al pensar en el origen de Jesús, pues si lo conocían bien a él y a sus familiares, decía entonces la gente: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros?” (Mc 6, 2).

Puntualizó que al darse cuenta Jesús de los comentarios de la gente se sintió decepcionado por su incredulidad, diciendo una frase que ha trascendido y se usa en varios espacios, no solamente en el religioso. Dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa” (Mc 6, 4).

Aseveró que ahí no pudo obrar ningún milagro. Alguien podría pensar que los hubiera podido “apantallar” con algunos milagros, pero Jesús no malgasta sus milagros, obrándolos sólo en la gente que tuviera fe en él. De todos modos, curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Explicó que la verdadera fe nunca puede ser obligada, no existen argumentos para convencer a un incrédulo. Muchos han visto milagros y no los han reconocido como tales, sino que les buscan argumentos supuestamente lógicos para explicarlos. En cambio, un creyente no necesita de los milagros para creer.

Consideró que debe haber sido muy doloroso para Jesús que su propia gente no creyera en él, pues dice el texto que: “Estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente” (Mc 6, 6). ¿Que dirá Jesús de la gente de nuestro tiempo, que se ha alejado de Dios para creer solamente en lo que se puede medir y cuantificar, así como lo que la pobre ciencia alcanza a explicar?

Aclaró que de todos modos, no nos toca criticar ni juzgar a quienes no creen, sino más bien cuestionarnos a nosotros mismos sobre qué nos falta a los creyentes en Dios para convencer con nuestra forma de vivir, así como para traer a Cristo a tantas personas que nos rodean. También podemos pensar qué tanto me ha faltado creer en la obra buena que Dios ha realizado en algunas personas que conozco desde hace mucho tiempo.

Texto y foto: Darwin Ail