Lo que Platón no sabía

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Así como René Descartes que se equivocó al hablar de dos sustancias (la del cuerpo y la del alma) y no de una donde se relaciona todo nuestro sistema mental, físico y emocional, y que el científico de origen portugués radicado en Estados Unidos, Antonio Damasio, describe como “el error de Descartes” en su libro homónimo que ya es un clásico de la Neurociencia. Al parecer hoy también la ciencia y sus extraordinarios avances en torno a la biología biomolecular, está haciendo colapsar la idea de Platón sobre el alma.

Tanto la filosofía de Platón como la de René Descartes, habían sido hasta ahora dos paradigmas rectores, sobre los que por mucho tiempo se desarrollaron los nuevos postulados científicos y filosóficos que orientaron el conocimiento tanto del cuerpo como de la mente humana.

Platón habría hecho en su tiempo un relato maravilloso y muy evocativo acerca de lo que el llamó “las tres partes del alma” o tipos del alma que posee todo ser humano. En el “mito del carro alado” la describe como un “alma intelectiva” ocupada de la parte racional, ubicada en el cerebro. Naturalmente nos referimos a la mente misma, a lo que piensa, dirige y tiene conciencia. Hoy la conocemos como “new córtex” o área prefrontal del cerebro.

La otra alma es la “irascible”, ubicada en el pecho, el área misma donde se encuentra el corazón a la que Platón le confiere sentimiento, emoción y nobleza sin que actúe por propia cuenta, sino con la dirección de la parte racional del cerebro.

La tercera es la “concupiscible”, señalada en la parte corporal del abdomen, el estómago mismo donde sucede lo intempestivo y reactivo, el apetito y nuestras más bajas desviaciones. De aquí que en el mito el carro es conducido por un auriga que simboliza la razón y la inteligencia. El alma irascible es representada por un caballo blanco que, aunque autónomo y libre, acata la dirección del auriga. Pero el problema es el caballo negro que representa la parte concupiscible, brioso y rebelde, siempre dispuesto a actuar instintivamente por propia cuenta y ligereza, sin obedecer con más atención ni prudencia la dirección del auriga.

Sin embargo, y como he dicho; esta maravillosa descripción filosófica de Platón sobre el alma, queda cada vez más lejos de los nuevos descubrimientos de última generación acerca de lo que hoy sabemos del estómago, que está más allá de la idea sólo concupiscible del filósofo socrático.

Las nuevas investigaciones sobre el estudio del “microbioma intestinal” al que los científicos le confieren hoy una inteligencia aparte, bidireccional (por lo que tiene que ver con el cerebro que ya conocemos) pero con un sistema neuronal compuesto por 500 millones de neuronas que van desde el esófago hasta el ano, que permiten que nuestro estómago (el de nuestras tripas) “piense por sí mismo”.

Platón sin duda (como yo, por supuesto) hubiera quedado fascinado por tales hallazgos, naturalmente imposibles en su tiempo. Ni el mismo Hipócrates (padre de la medicina y contemporáneo de Platón) lo hubiera imaginado. El estudio de nuestro sistema neuronal (nuestro sistema nervioso SN) corresponde a nuestro tiempo luego de que Santiago Ramón y Cajal (padre de la Neurociencia) descubriera cómo se comunican las neuronas a través de nuestra red sináptica y dada la plasticidad propia de nuestro cerebro.

Es en este “segundo cerebro” (el de nuestro estómago) donde se determinan no sólo las enfermedades relacionadas con la “disbiosis”, sino otras que hasta hoy parecían ajenas a esta parte de nuestro organismo, también como Platón lo suponía al hablar del alma.

Así que no son sólo las enfermedades propias de “las tripas”, la mala alimentación o la higiene lo que ahí se determina; sino también asuntos relacionados con el ELA, el cáncer, la diabetes, el Parkinson y las enfermedades asociadas al estrés, la ansiedad y la depresión, el autismo y la esquizofrenia, además de aquellas autoinmunes generadas por las mismas células propias de un organismo (un alma) ante su debilidad inmunológica.