El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, recordó que el pasado viernes se dio gracias al Señor por la multitud de santos que hay en el cielo, que nadie puede contar y que interceden por nosotros junto con Cristo, y resaltó que no se debe ignorar a estos hermanos del cielo, porque de lo contrario sería una espiritualidad totalmente individualista.
Por otro lado, agregó que no hay que dejar de interceder por los difuntos, las benditas almas del purgatorio, tal como se ha hecho estos días.
Al explicar la segunda lectura de ayer tomada de la Carta a los Hebreos, añadió que sigue abundando sobre la superioridad incomparable del sacerdocio de Cristo, con respecto de los sacerdotes del Antiguo Testamento. “Tengamos en cuenta que esta carta está seguramente dirigida a un grupo de cristianos que antes fueron sacerdotes o levitas en el templo de Jerusalén, o quizá que por cualquier otro motivo seguían añorando la liturgia del templo y aquel sacerdocio. Por eso les debe quedar bien clara la fuerza intercesora del sacerdocio de Cristo que es eterno y que con un solo sacrificio, el de la cruz, nos redimió de nuestros pecados”.
-Ciertamente que un sumo sacerdote como éste era el que nos convenía, santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos” (Heb 7, 26). Los sacerdotes en la Iglesia celebramos los sacramentos de la salvación de Cristo, con su poder y autoridad, no por nuestros méritos y virtudes sino porque celebramos “In persona Christi” (en la persona de Cristo); así Jesús es quien se hace presente en cada sacramento y acción de la Iglesia -aseveró.
Expresó que en el salmo 17 que ayer proclamamos, decimos: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”, con lo que expresamos una confesión sincera de amor creyente en la existencia de Dios. Los grandes filósofos de la antigüedad llegaron al descubrimiento lógico de la existencia de Dios con la fuerza de la pura razón, pero no lo conocieron como una persona con la que se pudieran comunicar de tú a tú, en un intercambio extraordinario del amor divino con el amor humano.
Mencionó que, en el culto de todas las religiones antiguas, los hombres trataban con sus dioses con mucho miedo, intentando complacerlos y “negociar” con ellos, ofreciéndoles sus constantes sacrificios para aplacar su ira y alcanzar sus favores. Por cierto, que, no estaban del todo errados, cuando pensaban que las vidas humanas eran los mejores sacrificios para ellos, pues esto es un reconocimiento indirecto del valor de la dignidad humana. “¿Cómo entender que el amor a Dios se haya constituido en un mandamiento para el pueblo de Israel y también para nosotros los cristianos? Sobre este mandamiento escuchamos hablar hoy, en la primera lectura, tomada del Libro del Deuteronomio”, puntualizó.
Enfatizó que ¿cómo se puede imponer el amor como un mandato, si éste debe ser el sentimiento más libre y espontáneo? Precisamente se impone porque el amor no es tan sólo un sentimiento, sino una capacidad humana que supone nuestra inteligencia, nuestra convicción y nuestra decisión, generando así un sentimiento sólido, basado en la práctica continua de la oración y de la obediencia a Dios. -Necesitamos expresar nuestra convicción de amor a Dios. Entonces el sentimiento vendrá, sin darnos cuenta cuándo ni cómo, sólo si dejamos de instrumentalizar a Dios, y en cambio lo tratamos de manera afectuosa con palabras que expresan y provocan el amor. No nos cansemos, pues, de decir: “Yo te amo, Señor” -refirió.
Texto y foto: Darwin Ail