Alertan a diferenciar los milagros de la hechicería, que son cosas distintas

El arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, alertó a los fieles a no confundir los milagros con la hechicería, pues una cosa es creer en la existencia de los milagros, en el poder de Dios, y otra muy distinta querer obligar al Señor a hacer nuestra voluntad mediante prácticas de hechicería.

El prelado exhortó a que también eviten el falso culto a los ángeles, que está de moda, pensando que se les puede manipular para alcanzar cualquier deseo y protección. “Apartémonos de los charlatanes que abusan de nuestra necesidad”, dijo.

Señaló que también los que se dedican a la brujería llenan sus recintos de imágenes católicas para inspirar confianza a quienes acuden a esos lugares. Tengan por cierto que esas prácticas son reprobadas por nuestra fe. Pongamos toda nuestra confianza en el Señor, aceptando su santa voluntad sin buscar remedios mágicos.

Indicó que la generosidad es una característica propia del ser humano. Creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre se convierte en un reflejo de Dios en cada acto de generosidad. De hecho, acostumbramos a decir que una persona es muy humana, como sinónimo de que es muy generosa.

“Podemos afirmar que la generosidad nos humaniza, mientras que, por el contrario, el egoísmo, la avaricia y la codicia nos deshumanizan. La generosidad es más notoria y hasta sublime cuando la persona se desprende de algo que le es muy necesario; son de admirar los gestos de generosidad y desprendimiento de aquellos que son muy pobres”, aseveró.

“Cada acto de generosidad es obra del Espíritu Santo que nos inspira, nos fortalece y nos mueve para actuar en la caridad; lo contrario a esto es obra del demonio que busca frenarnos para no dar nada o para negarnos a un servicio. A nosotros como seres humanos, más aún como hijos de Dios, nos queda la libertad para decidirnos por el amor”, explicó.

La primera lectura de hoy tomada del Libro de los Reyes, nos presenta el llamado que Dios hace, por medio del profeta Elías, a una persona que vive en la miseria, para que se desprenda con fe de lo último que tiene para vivir. La región estaba pasando una época de sequía y hambruna, por lo que el profeta, al pasar por la casa de una viuda pobre, que tiene un hijo, le pide agua y que le prepare un pan. Ella se disponía a darle agua, pero cuando escucha la solicitud del pan, le presenta su situación diciendo: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija. Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos” (1Re 17, 12).

Texto y foto: Darwin Ail