DE ARTE, CIENCIA Y FILOSOFÍA / SOMOS LO QUE COMEMOS

Hace mucho tiempo (300 mil años) cuando el hombre todavía era un cazador, fue un período de mucha carencia sobre lo que prevalecía la búsqueda de alimento. Buscar y encontrar co- mida era la primera necesidad de un hombre que pasaba la vida viendo cómo alimentarse. Desde el alba hasta el atardecer era la principal actividad de los neandertales.

No existían las actividades recreativas o la idea (carecían de cerebro racional) de un pensamiento más lógico, religioso, político o cultural. Toda la vida dependía de qué cazarían o en- contrarían para comer, además de huir y defenderse de otros depredadores que también buscaban cómo alimentarse, y mu- chas veces eran ellos la comida.

También eran hombres que no sobrevivían por mucho tiempo por la misma falta, cocción y balance de buen alimento, la ausencia de un circuito también emocional (carecían de un sentido del sentimiento), el clima regularmente extremo, los entornos violentos y la presencia de un estrés y ansiedad constantes; determinaban que envejecieran y murieran prematuramente.

Comer (saber comer, con menos ansiedad y más inteligencia) ha sido siempre nuestra prioridad, nuestra necesidad vi- tal. Sabemos que sin alimento no sobreviviríamos. Pero hoy ¿sabemos comer? ¿O seguimos comiendo como neandertales; bajo la presión del tiempo, el estrés y la ansiedad?

En muchos sentidos; cuando se tiene hambre se come lo que haya, lo que esté al alcance o para lo que alcance. Difícilmente elegimos o discriminamos aquello que nos hace bien de aquello otro que nos hace daño. Carecemos de una cultura de la comida, de una educación que nos permita saber, comprender y entender cómo alimentarnos mejor.

Estamos en un punto de nuestra historia humana, independientemente de todas las variables que podrían citarse, donde deberíamos aprender a comer mejor. Ser más inteligentes y menos ansiosos a la hora de hacerlo. Aprender a comer con menos deseo y menos gula (no se come todo aquello que a uno se le antoja), a ser más conscientes a la hora de hacerlo.

Y quizá sean nuestras preferencias y gustos culinarios en donde radica un problema que contradice nuestra inteligencia. Gusto por las comidas tradicionales tan arraigadas en nuestro organismo y que a través de la memoria (orgánica y vernácula) han formado hábitos y costumbres en nuestra manera de alimentarnos. Gusto, además, por toda la comida chatarra que día con día nos ofrece la mercadotecnia y que invariablemente se consume.

Es cierto que ya no necesitamos andar corriendo detrás de los animales para cazarlos y poder comerlos, o recogiendo las raíces y frutos que se encontraban en el camino, como hacían los neandertales. En es- tos nuevos tiempos; ya no es la falta de alimentación lo que determina que un individuo o una población entera mueran. Sino la manera como se alimentan.

La expresión “somos lo que comemos” define muy bien no sólo aquello que somos des- de nuestro organismo, aquello que determina nuestra salud o nuestra enfermedad, sino en un sentido más “entérico”; aquello que determina nuestra vida entera. Ya que es y será siempre el alimento (el buen alimento, por supuesto) lo que define en todo sentido nuestra existencia.

Es la virtud del buen alimen- to lo que siempre nos permitirá ser más vitales. El mal alimento siempre nos mantendrá débiles. Hoy sabemos también que una mala enfermedad, orgánica o emocional (porque el estómago tiene también que ver con las emociones); siempre sobreven- drá de un mal alimentarse.

Todo buen alimento, “per se”, debe en principio ser ho- lístico y balanceado; elegido, escogido y seleccionado con inteligencia. Él será siempre nuestro principal recurso para mantener nuestra vida sana, plena de fortaleza y expecta- tivas. Y, por ende; ajena en lo posible a enfermedades catas- tróficas y lamentables.

MARIO BARGHOMZ

Escritor (ensayista y crítico de arte), Filósofo Humanista y Master en Psicoterapia.