La sed oculta de nuestra vida digital

Salvador Castell-González 

¿También estás molesto por toda el agua que consume la Inteligencia Artificial? Te entiendo. Es una realidad innegable que nuestra vida virtual no es tan virtual como parece. En esta era de inmediatez digital, donde la información se mueve a la velocidad de un clic y la vida en línea parece tan real como una conversación cara a cara, es fácil caer en la ilusión de que todo ocurre sin consecuencias materiales. Pero detrás de cada “me gusta”, cada video viral, cada interacción con la inteligencia artificial y cada correo electrónico enviado yace una cruda realidad: la infraestructura digital, el corazón de nuestra existencia en línea, devora cantidades alarmantes de recursos naturales como el agua y la energía.

La inteligencia artificial (IA) está bajo la lupa debido a su creciente consumo de agua, pero es crucial ampliar nuestra perspectiva para entender que este no es un problema aislado ni reciente. El ecosistema digital en su totalidad depende de inmensos centros de datos. Estas “ciudades” de servidores sostienen nuestra vida en línea y funcionan de manera continua. Ubicados con frecuencia en zonas áridas para minimizar los costos de enfriamiento, estos centros requieren vastas cantidades de agua para mantener sus equipos a temperaturas operativas. Se calcula que, a nivel global, los centros de datos consumen cientos de miles de millones de litros de agua anualmente, un volumen comparable al consumo de ciudades enteras.

Y el agua es solo una parte de la ecuación. La energía, en su mayoría proveniente de combustibles fósiles, alimenta este monstruo digital. El sector de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) es responsable de entre el 2% y el 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una huella similar a la de la industria de la aviación. Mantener servidores encendidos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, procesando datos, almacenando fotos de gatitos y transmitiendo videos en alta definición, demanda una cantidad colosal de electricidad.

Cada vez que deslizas por redes sociales, envías un “buenos días” por WhatsApp o ignoras correos promocionales, contribuyes a una demanda implacable. No se trata de culpar a la tecnología, sino de aceptar su impacto. La “nube” no es un mundo mágico, sino una red tangible de instalaciones que consumen recursos esenciales.

Es momento de ser una ciudadanía digital consciente. Todo empieza por reflexionar sobre nuestra huella virtual. ¿Es realmente necesario enviar ese mensaje trivial? ¿Cuántas pestañas abiertas acumulan energía innecesaria en tu navegador? ¿Hace cuánto no depuras tu bandeja de entrada? Acciones simples, replicadas por millones, pueden marcar una diferencia significativa. Construir un futuro digital sostenible está en nuestras manos. Hagamos uso de la tecnología con sabiduría y moderación, no solo por nuestro beneficio, sino por el del planeta que nos da vida. La revolución digital debe transformarse en una revolución responsable. Y hasta la vista, baby.

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