Universidad ¿Para qué, si tengo ChatGPT?

CARLOS HORNELAS

carlos.hornelas@gmail.com

El uso indiscriminado de la Inteligencia Artificial generativa ha preocupado al mundo académico desde su lanzamiento a finales del 2024. Con el ChatGPT, muchos centros educativos se han replanteado sus estrategias educativas en general y particularmente las de evaluación del conocimiento.

Como era de esperarse, al ser tan asequible, gratuita y fácil de usar, los estudiantes han tratado de sacar el mayor provecho en sus consultas para mejorar su rendimiento escolar. Independientemente de esclarecer el fondo ético de dicha práctica, es un hecho consumado que las cosas no son lo que solían ser en la educación desde la aparición de las IA.

Como apuntábamos en otro artículo, la IA plantea una reconfiguración del ecosistema de producción digital de contenidos que afecta a los periódicos, revistas en línea, revistas arbitradas y en general a la industria editorial.

No obstante, hay otra arista del problema que inquieta, que es la de la educación. La sensación de que la formación escolar reglada empieza a ser irrelevante para algunos sectores sociales que ven en la llegada de la IA una posibilidad de movilidad social. En efecto, muchos se plantean la utilidad y la necesidad de inscribirse a estudios de educación superior si, como dicta la opinión popular, los conocimientos que puedan adquirir se encuentran a la mano a través de la Inteligencia Artificial.

Si lo que se busca, como argumentan estos personajes célebres en ciertas redes sociales, es el amor al conocimiento por sí mismo, no es preciso matricularse en una universidad porque los conocimientos se pueden adquirir, con un plan personalizado y a la medida de quien lo requiera, a través de una contínua interacción con la IA.

Uno puede “saltarse” aquellas áreas de conocimiento que estime inconvenientes y focalizar las baterías de interés hacia aquello en lo que quiera especializarse, aunque su conocimiento no pueda ser reconocido institucionalmente. Después de todo, al hacer una consulta mediada por un diálogo iterativo, se puede evitar la lectura de obras voluminosas, la evaluación de profesores o colegas y se puede avanzar a un ritmo adecuado al estilo de vida de cada persona.

Si esto fuera cierto, asistimos a la consolidación de un instrumento igualador de oportunidades de formación entre un autodidacta y un estudiante matriculado en una universidad privada de sumo prestigio, que además, no requiere costos de mantenimiento, colegiatura, nómina, u otros tantos derivados. Muchos egresados se quejan de haber invertido mucho tiempo y sobre todo mucho dinero en su formación.

En algunos casos, estiman que aquello que sucede en la universidad no les capacita para ejercer de forma profesional una ocupación que pueda retribuir económicamente lo invertido en un mediano plazo. Asimismo, la inversión en tiempo dedicado a clases, traslados, lecturas, tareas, entre otros, se puede disminuir estratégicamente a través del uso estratégico de la IA.

Todo lo anterior obliga al menos a cuestionar si estas afirmaciones se pueden tomar en serio como una posible tendencia en ciernes. En primer lugar porque son visiones reduccionistas de la educación superior. La universidad no tiene la tarea de ser un centro capacitador de profesionales para surtir al mercado de los puestos que se requieran. Su tarea es mucho más compleja.

Por otra parte, la universidad no es una inversión económica que planteé por sí sola un retorno del recurso en cuanto se ejerza la profesión porque no es un banco de rendimientos financieros. En cualquier caso, quien considere que estas afirmaciones son ciertas, no conoce la verdadera profundidad y misión de la educación superior. Pero también estas instituciones deberán configurarse para volver a ser la luz del pensamiento crítico y el templo del saber.