Joaquín de la Rosa Espadas
Durante los 365 días del año, nuestro protagonista, el cedro, pone a bailar a sus numerosas raíces en complicadas coreografías. Nunca se detiene. Espera, sin importarle el cansancio, que llegue su recompensa: los aplausos que lo recargan de energía para continuar con sus intensos ensayos. Hoy es el día de su esperada aclamación anual. Una gran cantidad de gente se reúne alrededor del busto de un hombre para conmemorar su aniversario luctuoso. Las personas aplauden y llenan de flores la estatua, algunas de ellas caen junto al árbol que se sonroja por la gratitud que le tienen.
-Cómo eres iluso, celebran al busto que colinda contigo -le dice una hormiga que transita por una de sus ramas.
-No seas tonta, ese pedazo de bronce ¿qué? Mis danzas opacan a esa figurilla -contesta el cedro defendiendo su autoestima.
Y con la razón del lado de la hormiga, una semana después, unos hombres viriles y barbudos llegan al parque donde se encuentra el iluso cedro, sin miramientos talan a nuestro amigo y ponen en su lugar un letrero hecho con su madera, que anuncia la entrada a “La rotonda de las personas ilustres”.
Un cabello reluciente
Timoteo, después de una dolencia de dos años, ha muerto.
-He sido un hombre bondadoso y honesto. Entraré directo al cielo -dice el hombre de mediana edad.
Un ángel llega para llevárselo al Más Allá.
-¡Ángel mío!
-No soy tuyo -responde el ángel que lo empuja para descender por unas escaleras de nubes hasta el juzgado divino.
Sentados en la parte denunciante, unos piojos conversan con su abogado.
-Se abre el juicio, comienza la sesión -declara el juez.
-Su Señoría, acusamos a Timoteo por vanidoso, por soberbio -expone el defensor de los parásitos.
-Objeción -implora el presunto victimario. -Yo siempre evité los siete pecados capitales, Su Señoría.
-Denegada.
-Usted cometió homicidio en primer grado, por soberbia -reitera el abogado de los bichos.
-¿Cuál soberbia? ¿Cuál vanidad? -Grita- Lo hice para mantener mi cabello reluciente y limpio de bicharrejos como los de su clientela, además, un ojo de la cara me costó ese champú.
-Ya lo ve, Su Señoría, ahí va un segundo pecado capital: ¡la ira! -Exclama el abogado.
-¡Culpable! Timoteo barrerá las Nubes Santas por el resto de la eternidad -declara Dios.




