POR GÍNDER PERAZA KUMÁN
Podríamos empezar con palabras suaves, pero creo que en este asunto es importante decir las cosas con toda claridad: la frase que utilizan algunas “activistas”, que exigen la “interrupción legal del embarazo”, trata de encubrir su demanda de que la autoridad les permita matar niños en el vientre de su madre.
Hace unos días, como se publicó en este periódico para conocimiento amplio de la sociedad, una denominada Red Nacional Católica (¡sí, católica!) de Jóvenes por el Derecho a Decidir ofreció una conferencia de prensa en la que presentó la exigencia que ya citamos, y hasta ahora, lamentablemente, nadie, ningún sector de la sociedad, ha levantado una voz disidente para expresar su rechazo a tal demanda, que es la de que las autoridades estatales “den facilidades” para abortar, respetando las cinco causales que se establecen en la ley. Hay que señalar, sin embargo, que tampoco se han escuchado voces para elogiar o aplaudir las declaraciones de esas mujeres, lo que creemos se debe a que la gran mayoría de los yucatecos no comulga con tales ideas.
En lo particular a nosotros nos parece que la citada rueda de prensa estuvo llena de falacias. Para empezar, la representante de tal asociación, Adriana Bautista Hernández, apoyó su disertación en cifras nacionales, y ella misma reconoció que no las hay para el caso específico de Yucatán. ¿Cómo puede entonces hablar con veracidad del problema en nuestra entidad, sólo extrapolando lo que sucede, por ejemplo, en el Distrito Federal?
Otra falacia, ésta del tamaño del Popocatépetl, es que al demandar su “derecho” al aborto las abortistas afirman que tienen la potestad de hacer con su cuerpo lo que quieran, pero ése es precisamente el problema: un feto, un bebé en formación, un ser humano en evolución, no forma parte de su cuerpo, aunque de su cuerpo se alimente, como lo ha dictado la Naturaleza través de milenios.
(Por cierto, si yo me ostentara públicamente, por ejemplo, como priista sin serlo, los verdaderos priistas podría reclamármelo incluso por vías legales. ¿Quién les dio a estas abortistas el derecho de llamarse católicas, si hasta donde sabemos el catolicismo está en contra del aborto, en muchos casos aun bajo causales “legales”?).
No somos ciegos para ignorar que hay muchos casos de bebés que no son queridos por sus madres ya sea porque éstas no pensaron y sólo cedieron ante los impulsos del placer, o porque fueron víctimas de una violación, pero en todo caso, ¿qué culpa de cualquiera de esos factores tiene el niño o niña? Sí cometieron un error, si no supieron controlarse, o si fueron víctimas de algún desgraciado, ¿matar al bebé soluciona todo? No lo creemos, ni siquiera con medidas paliativas como la atención psicológica a la abortista.
Es paradójico que la facultad de dar vida, es decir, la capacidad de ejercer un milagro que ha sido concedida a las mujeres, sea denostada precisamente por ellas, que con frecuencia demuestran su sensibilidad y amor a los seres vivos en el trabajo a favor de los animales, por ejemplo.
¿Por qué mejor no, en vez de exigir el derecho de matar a niños no nacidos, que son los seres más indefensos de la creación, en lugar de eso, decimos, no pelear por su vida, por que el Estado, los gobiernos, se hagan cargo de su atención y cuidados, puesto que velar por la sociedad es o debe ser su primera y más grande responsabilidad? O aún más, ¿por qué no utilizar el evidente exceso de fuerzas y ánimo para luchar por qué adolescentes y jóvenes de uno y otro sexo reciban suficiente educación para manejar adecuadamente su cuerpo y su cerebro, de manera que ejerzan una sexualidad responsable, que no los lleve a tener hijos que no desean, ni los haga pensar en que matar a un bebé indefenso es dar muestra de que saben defender sus derechos?
Discúlpenme si mis palabras le molestan o incomodan, pero con todo el cúmulo de defectos e imperfecciones que cargo no sería capaz nunca de matar a un ser indefenso (de los seres vivos sólo me chocan, lo confieso, las moscas y las cucarachas; aparte de eso, me gustan todos los animales), y probablemente ni siquiera a uno que me agrediera físicamente, aunque la verdad es que nunca he tenido la necesidad de defender mi vida en grado extremo.
Dos cosas más, la primera es que a lo largo de mi vida he visto a familias, sobre todo humildes, no de las “modernas”, acoger en su seno, cuidar y amar a niños que inicialmente no eran deseados, sea porque no tenían un padre responsable o porque su madre era muy joven, y he visto cómo esos hijos se convierten en sostén de quienes los cuidaron, y en personas ejemplares por su conducta y sus logros. Matarlos hubiera sido una gran pérdida desde todos los puntos de vista.
Y la segunda y última es que, ante un tema tan delicado como el aborto –la muerte de un ser humano en el vientre de su co-creadora– nadie debería quedarse callado, y mucho menos por el temor de parecer antipático o enemigo de una “modernidad” que se niega a tener límites, ni siquiera en el respeto a la vida.
Si los abortistas gritan exigiendo su derecho a ser diferentes, a pedir la abolición de normas que durante muchos años nos han permitido convivir y tratar de ser verdaderos seres humanos, los que no estamos de acuerdo con sus opiniones y acciones tenemos también el derecho de levantar nuestra voz y exponer nuestras opiniones, ¿o a poco no?