A la mitad de la carrera: la agenda 2030

Salvador Castell-González 

Hoy en día, el fracaso de la agenda 2030 es una realidad que no se puede negar. Los objetivos de desarrollo sostenible que se propusieron hace ocho años, en el 2015, no se han cumplido y al parecer ni se cumplirán en el plazo previsto.

Las causas de este fracaso ya las hemos comentado, pero hoy hablaré de tres factores principales: La falta de voluntad política, la insuficiencia de recursos y la resistencia al cambio.

La falta de voluntad política se refleja en la escasa prioridad que se le ha dado a la agenda sostenible en las agendas nacionales e internacionales. Los gobiernos no han asumido el compromiso de implementar las medidas necesarias para alcanzar los objetivos, ni han rendido cuentas de sus avances y retrocesos. La agenda 2030 ha quedado relegada a un segundo plano, eclipsada por otros temas más urgentes o más rentables electoralmente.

Por otro lado, la insuficiencia de recursos, con una clara brecha entre lo que se necesita y lo que se destina para la promoción de la sostenibilidad, hoy parece más importante promover la imagen que sanear el agua.

Los países desarrollados no han cumplido con su promesa de destinar el 0.7% de su producto interno bruto al famoso fondo verde, en conjunto con la falta de acceso a la tecnología y al comercio justo para los países en desarrollo. 

Aunque la pandemia me hizo pensar que éramos lo suficientemente listos y supervivientes, la resistencia al cambio es evidente en la persistencia de los patrones de producción y consumo insostenibles, que generan desigualdad, pobreza y degradación ambiental. La agenda 2030 implica una transformación profunda de los modelos económicos, sociales y culturales vigentes, que requiere la participación activa y el compromiso de todos los actores: Gobiernos, empresas, academica, sociedad civil y ciudadanía. 

Sin embargo, muchos de estos actores se resisten a cambiar sus hábitos y privilegios, oponiéndose a las reformas necesarias para lograr un desarrollo sostenible. Sin justicia social, nunca habrá justicia climática.

Este fracaso de la agenda 2030 es un fracaso colectivo, que nos afecta a todos (as). Es también una oportunidad para reflexionar sobre los errores cometidos y las lecciones aprendidas, y como ciudadanos hacer que nuestra necesidad por la sostenibilidad sea una necesidad política y así se refleje en las voluntades de los políticos, de este modo movilizar los recursos a acciones para la sostenibilidad, invertir en educarnos y reeducarnos, y superar la resistencia global al cambio.

La agenda 2030 sigue siendo una hoja de ruta válida, nuestra mejor receta hoy para este cambio y necesaria para construir un mundo más justo, más próspero y sostenible. No podemos permitirnos el lujo de renunciar a ella. Es más, debemos exigir que se haga aún más.