A una semana de su partida recordamos a Don Romeo Fría Bobadilla

Ha transcurrido una semana desde que la noticia que no queríamos escuchar finalmente llegó: se nos adelantó Don Romeo Frías Bobadilla, el periodista que amó tanto su profesión y que a una edad avanzada, cercana al centenario, seguía trabajando no por obligación, sino por gusto escribiendo desde temprana hora sus crónicas e historias sobre los aconteceres ocurridos tanto en el puerto de Progreso, como en otros ámbitos que amó, como la aviación.

En varias ocasiones, como corresponsal en Progreso, tuve la oportunidad de platicar con él, y de manera siempre atenta, me invitaba a sentarse en aquella mesa del parque principal, en la que todas las mañanas acudía a leer sus periódicos después de terminar sus colaboraciones para conocido rotativo, que fue su casa editorial en los últimos años.

Siempre utilizó una máquina de escribir mecánica, no le gustaba la idea de recurrir a la computadora, y desde las seis de la mañana, instalado en la mesa de su domicilio, escribía de manera ágil sus trabajos, que en alguna ocasión recordó que los enviaba en un sobre en el último camión que salía a Mérida, donde la información se transcribía y que aparecía en la edición del día siguiente.

Acerca de su fase como piloto aviador, orgulloso decía que gracias a esta actividad en uno de esos viajes conoció en Tabasco a la que fue el gran amor de su vida, doña Irma Elena Castillo Priego, pero en sus platicas ponía especial énfasis en la manera en la que a los 12 años de edad se inició en el periodismo ayudando con las notas deportivas a su padre Don Sixto Frías Bobadilla.

Gracias al trabajo que realizó desde su juventud, acumuló incontables narraciones relacionadas con la historia del puerto, que escuchó o que le contaron y que nos dejó como herencia invaluable en obras como “Monografía de Progreso” y especialmente “En el Cráter Porteño”, donde con un estilo ameno plasmó anécdotas, cuentos, puntadas, curiosidades y hechos históricos sobre Progreso, sus habitantes y sus instituciones.

Por medio de estas obras es posible realizar un viaje hacia el pasado y ver a través de sus recuerdos y vivencias cómo era la vida cotidiana en aquellos tiempos, en los que era un joven que se emocionaba y disfrutaba de los días de verano en los que el Carrusel de los Ordoñez llegaba a instalarse en el Parque Independencia, y cómo finalizaban aquellas jornadas en medio de la algarabía de los niños y de una auténtica batalla de serpentina y confeti.

Tiempos en los que, decía, con un solo peso las amas de casa llenaban la canasta en el mercado con productos frescos y de buena calidad, como el jamón que se expendía en las tiendas, que cubierto de yute no requería de refrigeración, lo mismo que los quesos holandeses, que estaban al alcance de cualquier trabajador.

La manera en la que la sociedad porteña disfrutaba de aquellos bailes en los que las damas eran acompañadas por sus madres, a quienes al finalizar los organizadores obsequiaban un sándwich y un vaso de leche como agradecimiento por llevar a sus hijas a la velada. También estuvieron presentes en los relatos de don Romeo, quien en otra ocasión mencionó a los sastres de la época, a quienes los clientes le suplicaban que no les dejaran mal para poder estrenar sus prendas en Nochebuena o Año Nuevo.

Descanse en paz quien fuera el cronista vitalicio de Progreso, Don Romeo Frías Bobadilla.

Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Cortesía

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *