Antes del temblor

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

Antes del temblor hojeaba una revista para perder el tiempo y dejar de pensar en que no había nada para cenar. El intento de lectura transcurría bien hasta que una foto me hizo preguntarme por quinta vez en el mes si había hecho lo correcto al mudarme de ciudad. Dejar la casa y a la familia fue una decisión tomada sin estar muy convencido. Como en muchas cosas de la vida, hubo miedo, confusión e incertidumbre, pero había que ser valiente y confiar un poco más.

Caer en desgracia lo asemejo a perder lo que se tiene sin explicaciones ni soluciones, y no fue ese mi caso. Lo que pasó conmigo fue como un asalto. Fue como si alguien me hubiese vendado los ojos, atado a una silla y me hubiese dejado así por incontables noches. Cuando pude volver a ver las luces del día muchas cosas se habían modificado y yo estaba obligado a adaptarme lo más rápido posible.

Estaba desconcertado pero con el ímpetu necesario para recuperarme del “asalto”. Toqué muchas puertas y mandé decenas de cartas en las que pedía ayuda, consejos, pero nunca nadie me buscó. Me volví una persona indeseable; todos me evitaban e ignoraban. Tanto rechazo estuvo cerca de hundirme en depresión, sin embargo el apoyo que recibí de las personas que me aman fue vital para mantenerme con optimismo pese a las desalentadoras circunstancias.

No pude superar la crisis, pero lejos de derrotarme, decidí irme a otra ciudad. Sentí la necesidad de comenzar desde cero y por otro camino, que al final me regresara al que estaba destinado para mí.

La foto que vi en la revista era de una playa en la que tantas veces estuve caminando y tomando el sol como si la vida fuese perfecta. Me imaginé de nuevo allí, entre las olas y los bañistas. Ese momento fue muy breve, pues cuando el suelo comenzó a moverse salí de inmediato del departamento.

No me acostumbro al pánico que viene con un temblor. Es difícil estar a miles de kilómetros de tu hogar, suplicando por un poco de tranquilidad en medio de la calle, mientras la lluvia no cesa y tus vecinos lloran y abrazan a sus perros y gatos. Son los instantes en los que más anhelas dejarlo todo. Ya estás casi convencido de que cuando la alarma sísmica deje de sonar recogerás tus cosas e irás al aeropuerto para abordar un avión que te lleve a casa. Imaginas el rostro de felicidad de tus seres amados cuando te vean entrar por la puerta. Piensas en muchas escenas bellas del reencuentro, pero también imaginas el fracaso que eso significaría.

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