Apología de la tristeza

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

“Hoy estoy triste porque mi corazón no está contento, pero me gusta estar triste” (reza un fragmento poético).

¿Quién no se ha sentido triste alguna vez en su vida? ¿Quién en la vida (desde niños) no hemos atravesado por situaciones que nos han quitado el gozo y la alegría de vivir? ¿Quién que no sea hombre ha nacido nunca para estar triste?

Y si bien la tristeza es un sentimiento humano por el que nunca quisiéramos pasar si Dios nos diera a elegir, lo cierto es que la tristeza como sentimiento forma parte natural de nuestra vida. Cómo no estar tristes  cuando la muerte nos arrebata de pronto lo más amado. Cómo no darle tiempo y espacio en el duelo a ese dolor. Cómo no sentir tristeza cuando lo que más amamos nos abandona. Cómo no sentir tristeza por un niño abandonado o huérfano, por su hambre o su desdicha. Por donde vayamos o donde estemos, la tristeza siempre estará presente como para recordarnos la fragilidad y vulnerabilidad del mundo.

Sabemos que la vida no será siempre fácil y la tristeza tarde o temprano, por uno u otro motivo, se hará presente. “Pero lo que no nos mata –dice Nietzsche- nos hará siempre más fuertes”. En este sentido la tristeza puede convertirse en nuestro espacio de reflexión para recuperar el ánimo, en nuestro único alimento para fortalecernos.

La tristeza muchas veces puede ser nuestra aliada, el mejor de los motivos poéticos. Muchos de los más hermosos poemas literarios, novelas y películas se han derivado de la tristeza. Las canciones de amor más bellas suelen ser historias de tristeza. Y suele ser ésta lo que impulsa e inspira la virtud creativa de poetas, escritores y músicos. No hay libro más triste que yo haya leído como el libro de “Job” del Antiguo Testamento. Job es un hombre atribulado, triste hasta el tuétano, pero un fiel creyente de Dios. De hecho es el Diablo quien lo toca –dice la Palabra-. Y Dios no lo salva sino hasta el punto más sensible de sus tribulaciones. Todo su monólogo es de quebranto, de una tristeza infinita por lo que ha perdido.

En el mito; la tristeza por la muerte de su esposa Eurídice es la que hace que Orfeo vaya al mismo infierno a rescatarla. Ni el terror ni el miedo impiden que Orfeo descienda a la tierra de los muertos. (¡Qué bella historia!).

Será la tristeza de Aquiles lo que lo impulse a enfrentarse a Héctor, asesino de Patroclo. Sólo después de este acontecimiento y luego de los funerales, Aquiles regresa fortalecido al combate, matando primero a Héctor para vengar a Patroclo, he inclinar la balanza después de diez años de guerra para que sea Grecia quien venza finalmente a Troya (“La Ilíada”; Homero).

La tristeza será también lo que impulse a Hamlet a buscar al asesino de su padre. Aunque a veces, y sólo en este sentido; la tristeza puede hacernos acabar en un destino trágico. Como en el caso de Ofelia, de la misma historia de Hamlet que narra Shakespeare, que terminó ahogándose luego de ser descubierta y rechazada por el príncipe.

Sin embargo, en historias de vida reales; tanto Nietzsche como Schopenhauer fueron rechazados por las mujeres que pretendían, pero nunca optaron por la lamentación o el suicidio. Al contrario; esto fue un ingrediente que fortaleció su pensamiento y su filosofía en el ánimo de construir una dialéctica de poder y voluntad humana a partir del dolor y la decepción del rechazo.

Y si el ánimo decae por estar tristes, no rechacemos la tristeza como no lo hizo Job, Hamlet ni Aquiles. Que sea más bien la tristeza nuestro ánimo hacia la fe o nuestra lucha por la sobrevivencia. En este sentido la tristeza no será nuestra debilidad, ¡sino nuestra fortaleza!

Yo creo en ello porque muchas veces mi corazón ha estado triste.