Mario Barghomz
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Recordar no siempre es bueno, a veces es mejor olvidar. Y nuestro cerebro, afortunadamente, sabe eso; cuando está sano actúa como un filtro entre el pasado y el presente. De otra manera, un cerebro enfermo (trastornado) tendrá siempre problemas con los malos recuerdos del pasado y deberá lidiar con ellos.
Cuando hablamos de recuerdos y memoria a nivel neurológico, éstos (los recuerdos) se encuentran alojados especialmente de dos maneras; por un lado los recuerdos de nuestra memoria a mediano y largo plazo se ubican en el hipocampo, en la zona intermedia del cerebro, aunque el cerebelo (arriba de nuestro tronco encefálico y debajo de nuestro lóbulo occipital) también forma parte de ello.
Pero es en el hipocampo donde se guardan aquellos recuerdos aprendidos cognitivamente, como las tablas de multiplicar o las capitales de las ciudades también aprendidas de memoria, las experiencias de vida, sucesos o situaciones que no se olvidan. Por su parte, en el cerebelo está toda aquella memoria resultado de una práctica (también experiencia) como nadar, andar en bicicleta, manejar un auto, etc.
Aunque también hay una parte de nuestra memoria con la que operamos en el día a día de nuestra vida; se llama “memoria operativa” o de corto plazo. Esta se encuentra en la zona prefrontal de nuestro cerebro y tiene que ver con los proyectos y asuntos inmediatos planeados durante el día.
Sin embargo, en la vida, todos estos recuerdos se relacionan, y tarde o temprano unos pesarán más que otros. Si hay en el hipocampo malos recuerdos que alguien no pueda olvidar, como haber tenido un padre represivo y autoritario o una madre poco afectiva, sin duda lo afectará en el presente. Tal afectación en Psicoterapia se llama trastorno.
Hay recuerdos en nuestro cerebro que deberán ser olvidados para mantenernos sanos. Es decir, que hay cosas de nuestra vida que sería mejor olvidar. Y aprender a hacerlo dependerá de nosotros mismos, de saber cómo, o en ciertos casos a través de un proceso de psicoterapia. Un niño que sufrió el abandono o la ausencia repetida de su madre y la violencia de su padre; necesitará olvidarlo para seguir, de adulto, con su vida. De lo contrario; desarrollará una incapacidad consecuente que inconscientemente le impedirá vivir de manera sana y congruente. Se volverá una persona insegura, frustrada, neurótica y esquizoide.
Como digo; los recuerdos no son siempre necesarios. Aquellos que nos mantienen en gozo o que forman parte de una memoria significativa, deben conservarse ya que ellos estimulan y le dan sentido a nuestro presente. Pero aquellos otros que en algún momento de nuestra vida se generaron para lastimarnos, deberán desaparecer, porque sin duda seguirán afectando nuestra persona. Y no sólo hablo del factor emocional, como podría suponerse, sino de la etiología de una enfermedad fisiológica que tarde o temprano comenzará a desarrollarse, y será entonces cuando se necesite un diagnóstico médico y la dependencia constante o de por vida de medicamentos.
Muchas enfermedades (hoy lo sabemos) se generan a partir del factor psicológico. Es decir, que algo que sucedió hace muchos años, podría matarnos ahora. Una mujer traumatizada por un padre maltratador y una madre atemorizada y sometida; se enfrenta hoy a sus recuerdos llena de frustración, resentimiento y rabia, incapaz de generar empatía y temerosa aun de todos los hombres que se parezcan a su padre. Desarrolló un “Trastorno límite de la personalidad” (TLP) caracterizado por una distorsión frecuente de sus estados de ánimo, comportamiento y relaciones inestables.
Sin embargo; la plasticidad del cerebro nos permite, mediante un proceso de olvido y recuperación, desconectar aquellas “sinapsis” (conexiones nerviosas) que nos afectan, para permitir que aparezcan nuevas conexiones, sobre todo en nuestro “sistema límbico” (la parte del cerebro donde el hipocampo guarda los recuerdos emocionales) y así poder renovar y recuperar (si es el caso) nuestra vida.
Si en tu memoria disfrutas del pasado; ¡consérvalo! Si te lastima; ¡olvídalo!