El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, resaltó la gran labor que realiza la Pastoral Social que le toca coordinar en la Iglesia las obras de asistencia, pero también la promoción humana junto con todo lo que contribuya a la justicia y la solidaridad entre los católicos y entre todas las personas.
“Ojalá que así como hay tantos catequistas y ministros de la Comunión, haya mucha gente colaborando en las obras de la Pastoral Social de su parroquia, así como de la Arquidiócesis”, puntualizó.
Enfatizó que la Iglesia no ha dejado nunca de organizar colectas, porque a los pobres los tendremos siempre con nosotros y nunca nos faltará la oportunidad de compartir con los necesitados. La Iglesia siempre ha ido más allá de las obras asistenciales y llega a la promoción humana que busca que los pobres sean protagonistas de su propia superación.
Agregó que, en la segunda lectura tomada de la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, el Apóstol está motivando a los discípulos de aquella comunidad cristiana a ser generosos en la colecta que él mismo estaba conduciendo, en favor de los pobres de Jerusalén. Les dice que no se trata de que ellos pasen hambre por ayudar en la colecta, sino de que cada uno colabore con lo que no le sea estrictamente necesario para la subsistencia, sino que al compartir, todos queden en situación semejante.
Señaló que el Señor es el autor de la vida; si nosotros han sido creados a imagen y semejanza de Dios, la vida debe ser eterna.
“La muerte fue introducida al mundo por el maligno, como precio del pecado, pero la muerte no tiene la última palabra, ni es lo peor que le puede pasar a un ser humano”, enfatizó.
Expresó que en muchas ocasiones los médicos se quedan sin explicación de por qué o de cómo una persona sobrevive contra todo pronóstico a una operación u enfermedad mortal, por lo que tienen que comprobar una y otra vez que el Señor tiene la última palabra. “En todo caso, la muerte no es para siempre y de eso estamos plenamente convencidos cuantos creemos en Cristo”, refirió.
Mencionó que la primera lectura de hoy tomada del Libro de la Sabiduría dice: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes” (Sab 1, 13). En el mismo sentido se expresa el Salmo 29, que hoy proclamamos y que dice: “Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir me reviviste”. Por eso cuando tengamos un ser querido en gravedad, creamos siempre que Dios puede curarle, natural o sobrenaturalmente, ya que siempre es su mano la que concede la recuperación.
Dijo que el santo evangelio, según san Marcos, nos habla del poder divino de Jesús para curar y devolver la vida. Habiendo una multitud a su alrededor, Jesús recibe al jefe de la sinagoga llamado Jairo, que viene a suplicarle por su hija que está muriendo.
“La grave enfermedad de un hijo es una buena ocasión para que un padre incrédulo comience a creer, o si ya es creyente, es ocasión para crecer aún más en la fe”, subrayó.
Recordó que una vez le platicó un matrimonio que ellos se jactaban de su ateísmo e incredulidad, pero sucedió que, una vez su pequeña hija entró en una cirugía y el doctor no les garantizaba que saliera bien, sino que les dijo: ¡pónganse a rezar! Ellos se tomaron de las manos y oraron como el mismo Dios les dio a entender.
Narró que el médico salió poco después del quirófano y se asustaron mucho porque él les había advertido que la operación tardaría horas, por lo que si salía pronto significaría que algo malo había pasado.
“Para su sorpresa, les dijo el médico que la operación se había suspendido, pues luego de algunas pruebas comprobaron que inexplicablemente, la niña estaba saludable y que no necesitaba de la operación. Desde entonces ellos son una pareja de gran fe y de mucho compromiso en la Iglesia”, indicó.
Detalló el caso de Jairo estaba desesperado cuando se acercó a Jesús. Un momento de desesperación puede ser una oportunidad de crecimiento en la fe.
“En medio de la muchedumbre una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años se acerca a Jesús creyendo que con sólo tocar su manto podría curarse, y al tocarle la orla del manto queda efectivamente curada. Jesús busca a la que lo ha tocado más con su fe que con su mano, a lo que ella temblorosa de emoción reconoce que lo tocó y que el milagro se realizó. Jesús la tranquiliza diciéndole:
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (Mc 5, 34). Es triste pero muchas personas que sanan de una enfermedad, luego no continúan perseverando en la fe y con ingratitud se alejan de Dios.
Texto y foto: Darwin Ail