Armando Escalante
Periodista y analista político
La declaración presidencial de contratar otra vez activistas cubanos disfrazados de médicos y la de calificar como “seres humanos” a los secuestradores, decapitadores y torturadores, sin duda le restaron muchos puntos al señor Manuel López, porque hirieron sentimientos hasta de sus fanáticos admiradores.
Más allá de sonarnos a disparates y hasta de no causarnos asombro a los críticos del peje —que lo creemos capaz de eso y más—, ambos anuncios confirman lo que propios y extraños sabemos: el presidente es el único que puede acabar consigo mismo, sólo será cosa de tiempo y de dejarlo hablar.
Lo hemos visto que ha tomado medidas que acaban con su propia popularidad, como perseguir a los académicos y científicos, insultar a la clase media (que votó por él) calificar a los periodistas de chayoteros y corruptos, ofender a los padres de niños con cáncer, hasta pelearse con reyes y mandatarios de otros países por razones históricas que sólo residen en su cabeza.
Lo hemos visto enemistarse con las madres a las que canceló guarderías, ser poco empático con las mujeres que protestan por el descomunal aumento de feminicidios, y de plano romper con los proveedores de medicamentos a los que acusó de corruptos sin ofrecer pruebas, y todo para ahorrarse miles de millones de pesos al dejar de comprarles todos los productos que siempre abastecían.
Y por si fuera poco, lo acabamos de ver insultar y denostar a los ambientalistas y defensores de la naturaleza, que osaron advertirle al mundo del catastrófico daño que le causará la inútil, innecesaria obra llamada tren maya, que ya arrasó con millones de árboles y ahora destruye cuevas y cenotes en toda la Península, violando amparos federales como a él le gusta.
Así las cosas, conforme pasan los meses, Manuel López pareciera ser una gran boca que todo se traga y que toda vomita, que lo mismo infecta —escupe veneno— que insulta y ofende a quien se le cruce. Es como aquellas grabadoras de la serie Misión Imposible que luego de dar instrucciones se autodestruyen para no dejar rastro. Sólo que de este sexenio vaya que nos quedarán herencias y desgracias.
El xix.— Ha comenzado a filtrarse por ahí la intención —muy acertada por cierto— de aprovechar la riel del ferrocarril que atraviesa parte de la ciudad y que como si fuera una Y griega, se bifurca hacia el Norte hasta Progreso (con sus interrupciones) y el Oriente, pasando por Los Héroes, para que la recorra un tren ligero (eléctrico por supuesto), como los que abundan aqui cerca, en muchas ciudades norteamericanas con un gran beneficio social y turístico.
Se me ocurren incontables propuestas y variantes para llevar al cabo semejante proyecto, que sin duda reclama un muy buen estudio de impacto económico, de beneficio ambiental y sobretodo que mida las riesgosas repercusiones viales.
Sin embargo, con las medidas de seguridad adecuadas en todos los cruceros y sitios concurridos, podría ser de gran éxito. Los trenes ligeros eléctricos no son tan peligrosos como un ferrocarril normal y equivalen a tener tres o cuatro buses montados en una riel, sólo que silenciosos y cero contaminantes.
Su característica fundamental es que armonizan con el entorno y su utilidad reside en poder enlazar en línea recta y sin obstáculos buena parte de una ciudad. De lograrlo, el gobernador Mauricio Vila Dosal cerraría su administración como la autoridad que más hizo por el transporte masivo porque —según se sabe— pronto van a lanzar la segunda etapa del sistema Vayvén, con dos o más rutas transversales que atraviesen Mėrida (con nuevas unidades) que puedan interconectar transbordos con la ruta del Periférico de enorme beneficio social. Sólo habrá que cuidar que la grilla no se plante para impedirlo.