Benditos banqueros

Armando Escalante
Periodista y analista político

Cada mañana desde hace casi cuatro años y seis meses (con el de hoy sumamos 20 días más) el señor Manuel López imparte clases de populismo y de comunicación política desde su vivienda nada humilde en Palacio Nacional.

Dentro de esas clases, muestra sus artes y hasta sus armas para vencer sus adversarios y convencer a los que se dejan. Podría yo decir, a los que “se dejan engañar” pero ese término no les agrada porque piensan que él les dice la verdad y no mentiras, por tanto, no aceptarían que les están mintiendo, aunque ello no signifique más que una suposición que reside en quien lo escucha. La realidad o la verdad está en los hechos que lo desmienten y en las pruebas que siempre aparecen confirmando que el señor si dice mentiras, incluso unas 95 o 100 diarias, como confirma un recuento diario hecho por la consultora Spin del experto Luis Estrada.

Por un momento, dejemos las mentiras del emperador y vayamos a los hechos: La semana pasada volvió a salirse de sus casillas y a desviar la atención, demostrando otra vez la intolerancia que es su característica personal. Y todo porque con nuevos hechos y con documentos de su propio gobierno, lo volvieron a exhibir.

 “No es partir de lo que a ustedes les conviene. Ustedes no van a poner la agenda” —respondió enojado el presidente a Nayeli Roldán sobre la investigación periodística —que en las redes se localiza como #EjércitoEspía— de Animal Político y que revela que vía el software Pegasus se practicó espionaje a un activista y defensor de derechos humanos, que precisamente averigua hechos cometidos por militares.

La reportera se lo hizo notar y él tabasqueño muy enojado, se fue por el camino que mejor le sale: la infamia y la calumnia. Ambas son la pasión de sus seguidores y lo adoran más, mientras más difama y más calumnia. No importa el reportaje ni su contenido sino lo que diga el presidente.

Por cierto, las averiguaciones y reportajes sobre el ilegal espionaje que con anuencia de López practica la Secretaría de la “Defensa” (hoy taladora de bosques y selvas y contratista de albañiles por las tardes) las hicieron los mismos medios que en su momento hicieron lo propio con Felipe Calderón y Enrique Peña, quien por cierto, no ha sido mencionado casi nunca a la hora de regar estiércol desde la mañera. 

Volviendo a la cátedra, el problema de las clases que da el presidente todos los días en materia de comunicación política, es que él no sabe que lo está haciendo ni tampoco sus interlocutores de oposición entienden que así sea. Si los políticos que lo oyen necesitan ayuda para comprenderlo es porque nada tienen que hacer en el puesto en el que están o en el encargo popular que detengan. 

Hay que aclarar que no cualquiera está capacitado para esclarecer lo que dice Amlo a diario. Se necesita una buena dosis de preparación previa, con bases de conocimiento sobre leyes y hasta de periodismo que hacen más fácil digerir los mensajes. 

Buena parte de lo que dice es mentira y queda claro que su éxito está basado en engañar a los demás por lo que esa es la primera lección de política que les está dando a sus adversarios: se puede llevar un gobierno de falsedades y los demás no hacen nada ni siquiera para desmentirte. Es más, hasta te reciben con los brazos abiertos.

El xix.— Bendita 86ª Convención Bancaria a realizarse los días 16 y 17 en esta ciudad, porque hará que por arte de magia se “limpien” las pintas que la autoridad toleró —para no generar “víctimas” falsas entre las agresivas destructoras que llegaron ex profeso a la manifestación del 8 de marzo, según fuentes bien informadas— en contra de bienes privados y públicos.  

En una decisión por demás absurda, tal vez el evento lo inaugure el inquilino del Palacio Nacional que según dichos, hace todo lo que puede por quebrar la economía del país, ofende a los banqueros, difama a los empresarios, miente sobre el Fobaproa y ataca a todo lo que le genere competencia en eso de repartir dinero. Quizá su llegada sirva para que se desmanche la Catedral y demás monumentos porque, con la pena, nos mirarían ojos extraños que creen que aquí esas turbas no llegan. Por cierto, los banqueros se salvaron de tener que arriesgar la vida en Acapulco donde gobierna el partido del presidente: En Mérida no necesitan traer guaruras. Les salió barato.