Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Se habla mucho y de manera bastante inocua sobre el deseo de cambiar el mundo. Como si el mundo por sí mismo y el mismo Universo no cambiaran.
La idea ingenua de cambiar el mundo sólo presume la ignorancia de aquellos no entendidos con la historia de nuestra vida humana, del origen y evolución de nuestro planeta. El mundo (éste en el que vivimos) nunca ha sido el mismo desde su origen hace cinco mil quinientos millones de años, o de su creación atemporal según las escrituras bíblicas o la mitología griega. ¡Nuestro mundo siempre ha sido otro!
La vida misma como la conocemos no estaba desde el nacimiento de la Tierra. Nosotros no estábamos porque simplemente no había oxígeno en ella. Tuvieron que pasar miles de millones de años para que nosotros (no las bacterias que fueron las primeras en existir) apareciéramos. Y ya en el mundo; nunca dejamos de evolucionar, es decir, ¡de cambiar!
Y tanto la vida humana como el resto de la fauna animal y vegetal, tuvieron que luchar mucho y transformarse constantemente con el tiempo para llegar a ser como los conocemos ahora. Al parecer en esta tierra nada permanece inmutable, todo cambia. Y son los seres más fuertes (no los más grandes, ni los generales, ni los magnates, ni los tiranos) los que han sabido adaptarse y al mismo tiempo evolucionar.
¿Cómo entonces cambiar el mundo?. El mundo no necesita que lo cambien. Nuestro planeta y lo que es desde que se formó en nuestro universo aún con nosotros, los elefantes, las hormigas, las tortugas, las miles de especies marinas, las plantas y los árboles, el cielo, el mar y las montañas; volverán en su momento a cambiar por sí mismos como lo han hecho siempre a través de miles de millones de años.
Nosotros, hombres parados en este mundo desde que perdimos el rabo y bajamos de los árboles; somos apenas una especie más que ha sobrevivido de acuerdo a su propia circunstancia y naturaleza. Y cada especie con vida lo ha hecho también según la suya propia. Las bacterias, por ejemplo, son la especie más longeva del planeta y que yo sepa, hasta ahora, nadie se ocupa de ellas como de las ballenas, los pandas, los tigres de Bengala y todos esos peces, aves, otros animales y plantas raras en “peligro de extinción” (como dicen aquellos a quien se señala como “expertos” o simplemente fanáticos), y serían ellas (las bacterias), como apunta la ciencia, las únicas que seguirán aquí si la vida como la conocemos se acabara.
Nuestra antropología ha sido evolutiva. No somos los mismos que hace 300 mil años con la aparición del primer homosapiens; ni en pensamiento ni en apariencia. Nuestros ancestros vivían en cuevas luego de su nomadismo, después en pequeñas granjas donde aprendieron a cultivar la tierra y a domesticar animales. De ahí pasaron luego a formar aldeas (comunidades), después ciudades y finalmente países.
Pasaron también de los mitos al arte y la literatura, a la filosofía y luego a la ciencia. El antiguo chamán o curandero dio paso al médico y al sacerdote. ¡Nada nunca se quedó quieto! Nada nunca se quedó como estaba; la sociedad se fue transformando en un cambio constante. Cada día, cada mes, cada año, cada lustro o década, cada siglo o milenio; lo que el mundo ha hecho siempre es cambiar. Los continentes como los conocemos no siempre fueron así, y hace millones de años no estaban aquí. ¡No existían! Ni el color azul del cielo ni el agua tampoco existían.
Hubo también un tiempo en que nuestro planeta se congeló, y así duró durante millones de años acabando con toda vida existente (no la humana porque no existía) hasta entonces. Luego por su naturaleza misma volvió a cambiar y lo único que conservó congelado fueron los polos, manteniendo así la propia homeostasis de su equilibrio.
Al parecer y a pesar de toda tarea humana, benéfica o transgresora; nuestro planeta sabe lo que hace, cambiando por sí mismo sin nuestra intervención… ¡Para sobrevivir!