Carlos Hornelas
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En fechas recientes, ha causado revuelo el ya célebre ChatGPT a partir de los usos y aplicaciones que la gente va desarrollando de manera “orgánica”.
ChatGPT3 es un robot basado en Inteligencia Artificial (IA) que es capaz de sostener conversaciones con un humano como si se tratase de una persona. Todo ocurre a través de una interfaz que ofrece una caja de consulta, como la del buscador de Google y que opera a través de texto, pero cuyas respuestas reflejan un lenguaje “natural”, es decir, como si preguntáramos a otra persona o a un amigo a través de un WhatsApp, por ejemplo, todo a través del texto.
No se trata de una copia del buscador de Google, que puede listar una serie de sitios en los cuales tendrás que sumergirte para extraer la información, sino que, una vez que has escrito la consulta, como si escribieras a una persona, obtendrás párrafos en un lenguaje cercano al de una charla común y corriente. En algunos casos, párrafos bastante detallados, sobre lo que quieres saber.
Este chatbot tiene funciones contextuales que le permiten continuar con una conversación y dar respuestas coherentes y relacionadas con la evolución de la plática. Puedes ingresar preguntas refiriéndote a un texto anterior y te entenderá. Por ejemplo, puedes pedir que escriba una receta con pasta y una vez que obtengas la respuesta escribir algo así como “pero no quiero algo con tomate, busca mejor algo con mariscos” y el robot procesará la información, de manera que viajar entre las opciones que ofrece Google, por contraste, se hace engorroso y fastidioso.
Como es una IA basada en lenguake es capaz de generar texto original con las especificaciones que le indiques, puedes pedir que escriba por ti una queja por el servicio de un hotel, un contrato de arrendamiento, un chiste, unas líneas de código para una aplicación, un poema de cierto número de palabras, una tabla comparativa entre algunos productos, generar un resumen de un texto, traducir un mensaje, explicar un concepto, generar un eslogan, definir un tema, reseñar una película, entre otras tantas cosas… parece que el límite lo establece el propio usuario.
Como es de esperarse, el ChatGPT puede resultar una alternativa de generador de contenido automático y un asistente para quienes se dedican a la escritura en cualesquiera de sus formas. Lo cual ha encendido las alarmas de no pocos sectores. En primer lugar, de quien se percibe como su competencia inmediata: Google y de muchas otras empresas tecnológicas cuyo negocio es el procesamiento de la información o la generación de contenido.
Por supuesto que, en segundo lugar, ha provocado una preocupación por parte de la academia, y con justa razón, porque un estudiante podría ocupar esta solución para cumplir con sus ensayos o notas en algunas asignaturas a cualquier nivel. Hasta ahora la extensión no es tanta, pero en un futuro cercano, cualquier Yazmín, cualquier Enrique o Vicente podrían pedir que escribieran “su tesis”.
Esto nos hace reflexionar una vez más acerca de las perniciosas prenociones que tenemos sobre el saber y la información. Es necesario desterrar la idea de que el saber o la inteligencia radica en “encontrar, extraer o recuperar” datos perdidos en un mar de información, como si de por sí la acumulación de éstos tuviera una relación directa con la erudición.
La Biblioteca más completa de Alejandría o el Aleph no es suficiente para sustituir lo que se puede hacer para aprender y dar buen uso a la información. Solo cuando la información se relaciona voluntariamente y se enriquece con los juicios éticos de quien la usa, podemos decir que hay aprendizaje o saber, lo demás es un depósito de información que las máquinas hacen más fácil y rápido de encontrar pero que de ningún modo sustituyen a la razón, por más impresionantes que sean sus resultados.