La zona arqueológica de Chichén Itzá comprende una extensión de unos 30 kilómetros y lo que está abierto al público es apenas el centro de la urbe, que en su apogeo fue asentamiento de miles de personas.
Desde hace 10 años, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (Inah) encabezan trabajos de rescate y restauración de una parte conocida como Chichén Viejo y que poco a poco va revelando sus secretos.
“Se trata de un centro ceremonial, pero enfocado a la residencia de un dignatario, quizás un gobernante de la dinastía de los Cupules, pues así lo representan los bajos relieves del edificio principal al que hemos nombrado Palacio de los Falos”, contó el arqueólogo José Francidco Javier Osorio León, uno de los responsables del programa.
Acompañado de su colega Francisco Pérez Ruiz y las restauradoras Claudia García Solís y Claudia Ocampo Flores, Osorio León nos lleva por un Sacbé de unos 800 metros para llegar al sitio, siempre en el cuadrángulo de Chichén Itzá.
Nos recibe una entrada tipo arco, que está en una colina, por el que a fuerza, para acceder, había que mostrar todo lo que llevabas.
El espacio, de unas 3 hectáreas y con vestigios de que estuvo amurallado, tiene varios edificios y la representación de una tortuga, que en la mitología maya representa el sostén del mundo.
A su alrededor hay otros edificios y los vestigios de un entierro, en el que se encontraron cinco personas, no se sabe si pertenecían a gobernantes, completamente quemados.
“En la cosmología maya las personas que morían podían reencarnar en el tiempo y la tortuga era vital en esta creencia”, contó.
Además, están restaurándose otros edificios, el de la Serie Inicial, el Palacio de los Falos, que servía como vivienda del dignatario de Chichén, parece que de la dinastía de los Cupules y la propia entrada.
Texto y Foto: Esteban Cruz Obando