Cine de espectáculo, con corazón y visión

 

No es una discusión exactamente novedosa, pero sí es una que se acaba de reavivar por dos astros Hollywoodenses en cuasi-Twitter-riña entre James Gunn y Jodie Foster: el valor artístico de las megaproducciones de franquicia y su efecto en los hábitos de consumo de las audiencias.
Recién estrenada la temporada de Black Mirror en la que dirigió un episodio, Jodie Foster tiró diatriba en una entrevista radiofónica contra los estudios de cine. Jodie aparentemente detesta las películas de espectáculo. Se las trae contra las megaproducciones con presupuestos estratosféricos y recaudaciones en taquilla aún más anonadantes. Esas que suelen ser comparadas a comida chatarra: son producidas en masa, de fácil consumo y fomentan malos hábitos de consumo. Para Foster, señalan la muerte del cine.
James Gunn – que, como director de Guardians of the Galaxy y potencialmente único auteur en Marvel, tiene callo en el asunto – respondió a Jodie en Twitter. Insiste que el cine de espectáculo tiene el potencial de ser inteligente y provocador, y que no está condenado a ser descerebrado. Es más: considera que el cine de espectáculo es necesario para que el medio sobreviva, y que ese tipo de películas a su vez necesitan de una visión y corazón que muchas veces les hace falta.
Tiendo mucho más a la postura de Gunn, pero sería algo hipócrita no concederle cierta razón a Foster. La cineasta cree que los hábitos del consumidor van en picada, y que las tendencias contemporáneas de entretenimiento son las culpables. Estoy de acuerdo, pero no apunto al mismo culpable.
Asiduos lectores (¿tengo lectores recurrentes?) notarán que tengo una postura similar hacia Netflix. Creo que el modelo de streaming es la mayor potencial amenaza a la legitimidad de los medios audiovisuales. No se me escapa la ironía de que Black Mirror, la serie en la que participó Foster y el motivo de la entrevista que desencadenó la discusión, es una producción original del servicio.
Difiero con Foster en otro factor. No apunto a las corporaciones. No son Netflix como empresa ni los estudios como productores quienes fomentan el mal consumo de cine y televisión. Son las audiencias a quienes se les presentó una maravillosa manera de hacer lo que quieran con las series y películas que quieran, y decidieron reducirlas a entretenimiento burdo y ruido de fondo. Son las audiencias a quienes les basta con verdadera chatarra y no exigen películas de calidad, sean pequeños proyectos personales o megaproducciones de espectáculo.
Otra cosa: Netflix, mi coco personal, sí entabla un cambio en el panorama mediático. Las películas de espectáculo han existido desde que existe el cine; si fuesen a destruir el séptimo arte, ya lo hubiesen hecho. El consumo on-demand, a diferencia, es un fenómeno nuevo.
Gunn destaca que Foster habla del cine como un ejercicio de expresión personal. Es una postura noble y una filosofía valiosa para legitimar al medio entre las artes, pero creo que se queda corta.
El cine es un espectáculo. Lo ha sido siempre. Eso lo diferencia del resto de los medios: la experiencia cinemática. Grandes producciones han creado las más significativas y mejores joyas del séptimo arte. Tal vez ese modelo de producción tropieza más a menudo de lo que me gustaría ver, y sus tropezones se sienten con mayor impacto, pero eso no lo ilegitima.
Ir al cine como un espectáculo masivo no es una amenaza, como asegura Foster. Es un ritual, un evento en sí mismo, una celebración colectiva. Es su razón de ser.

 

Por Gerardo Novelo González*
gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de Comunicación. Pasa demasiado tiempo pensando en cocos y golondrinas.

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