Coaching: la felicidad como adicción

Enrique Vera

Los psicólogos lacanianos establecen un concepto llamado “El imperativo de satisfacción del siglo XXI- a los lacanianos les gusta los nombres largos y enredarse- que dictamina que en los tiempos que corren la felicidad pasó de ser un derecho a convertirse una obligación, un mandato.

El mayor éxito del neoliberalismo-concepto vaciado de contenido- no fue imponer un cambio económico, político y social sino establecer una profunda revolución cultural. El neoliberalismo es una teoría económica pero también es un sentido común, un conjunto de valores, una forma de desear basado en un individualismo como forma de vida que maquilla la verdadera enfermedad de nuestro tiempo: la desigualdad.

Y para desplegar su aparato ideológico y encubrir la estafa creó un instrumento muy poderoso: el coaching motivacional.

El coaching nació del sector deportivo(nada contra los coaches deportivos en este texto) para después desplazarse en el ámbito empresarial y educativo. La premisa del coaching que nos interesa, el motivacional, propugna la premisa de potencializar las capacidades de la persona para así lograr sus objetivos: la felicidad-lo que sea que eso signifique-, que siempre está ligada con el éxito material, una pareja como extensión de nuestros caprichos, una paz interior basada pseudociencias y sustancias o el eterno mirarse ombligo con la “búsqueda de la mejor versión de uno mismo” para no ver los problemas que hay en el mundo.

La farsa del discurso del coaching radica en pretender que todo lo que te sucede en la vida no tiene nada que ver con una serie de condiciones materiales que predisponen tu lugar en el mundo y status social sino con un asunto de actitud personal. “Si no tienes pareja es porque no te quieres “ “Si no triunfaste en la vida y no eres millonario es porque no te esforzaste lo suficiente”. ¿Acaso una persona que se levanta a las seis de la mañana para lavar los baños de un hospital no se esfuerza lo suficiente? El discurso del coaching motivacional no se sustenta en hechos fácticos sino en ensoñaciones.

La acumulación de la riqueza la designa un capital económico heredado pero también un capital social y cultural otorgado: escuelas, circuitos sociales que le permiten al heredero de ese capital múltiple establecer relaciones con sus pares, compartiendo los espacios de convivencia y ocio y por tanto seguir reproduciendo una élite.

La premisa del esfuerzo del “éxito en ti mismo” configura un circuito muy peligroso ya que instala una serie necesidades en la persona que nunca termina por alcanzar, generando un mecanismo de falta/exceso, una adicción, una insaciabilidad por consumir que atenúe la falta ausencia de vínculos seguros, valores compartidos y convicciones personales. Los que cuentan con un capital se deprimen porque la artificialidad de sus vínculos y los que no cuentan con tal capital se deprimen por no tenerlo.

El coaching de la motivación es un lugar al que que nunca termina de llegar porque si se llegara se acabaría el negocio. Ya no habría libros, cursos, talleres, tutorías, productos que vender. Los coaches de la felicidad son los dealers del presente. Dan a probar una dosis de motivación que funciona como un atracón de azúcar. Una vez terminado el efecto, se necesitará más y más dosis para seguir enchufado. Todo esto gracias a que los profetas de la felicidad son buenos oradores, manejan bien la comunicación y eso hace pensar a las personas que tienen alguna idea lo que están hablando, aunque sean las más absurdas de las tonterías.

El coaching funciona como una especie de válvula de escape porque le permite al sujeto olvidar que vivimos en una época llena de precariedad e incertidumbre, soledad moral y ausente de certezas, producto de un modelo económico que mercantiliza, las relaciones humanas. Insensibiliza al sujeto de su ambiente.

La felicidad es un concepto universal, siempre sujeto a la interpretación que cada individuo. Sería interesante cuestionar la idea de felicidad, por qué siempre deberíamos estar alegres.

Y a veces necesitamos del vacío, el silencio, la pausa e incluso del dolor que constituye la experiencia humana.

En tiempos de la compulsión por hacer, a veces lo más difícil es no hacer nada. ¿Qué incómodo, no?