Por: René Emir Buenfil Viera
Primero que nada, podemos aprender a vivir en la incertidumbre. Sí, sé que es lo que más nos preocupa, aquello de la incertidumbre, aún así, no saber qué va a pasar quiere decir que hay múltiples posibilidades por delante, que pudiéramos recuperar la capacidad de dejarnos sorprender por la vida y bajarle un poco a nuestro empeño en predecirla y controlarla, y que quizá sería útil creer que tenemos la capacidad de salir adelante, de apreciar nuestros propios recursos, talentos y habilidades, y redes de apoyo, incluso nuestra comunidad.
Sé que el exceso de información negativa sobre tantas personas reaccionando mal ante esta contingencia nos puede llevar a perder la esperanza en la gente, pero tenemos que voltear a ver y reconocer a todas esas otras personas que se están organizando, que están siendo prudentes y precavidas, que están dispuestas a ayudar como puedan, aunque no salgan en primera plana y se difuminen entre tantas notas alarmantes y sensacionalistas.
Tal vez aceptar y fluir con la incertidumbre sea una mejor idea que angustiarnos por ella, y para eso se puede tener conversaciones respetuosas, basadas en la curiosidad por lo que otras personas tienen que decir, en lugar de nuestra típica manera de platicar para replicar o demostrar que tenemos la razón; son ese tipo de charlas donde tenemos el cuidado de no juzgar, en las que preguntamos para entender, pero es difícil si nos quedamos en casa con nuestra familia, porque como les conocemos tan bien, creemos que ya sabemos lo que nos van a decir, que conocemos sus puntos de vista y por ende, les hacemos sentir como si no nos interesaran sus opiniones, puesto que ya las hemos escuchado antes, y se pierde la curiosidad por explorar los detalles detrás de los motivos.
Ese es el reto que tenemos esta cuarentena, mejorar la calidad de las relaciones con nuestros seres queridos en vivo o a distancia, para que se sientan en confianza de compartir sus sentimientos, es decir, tenemos que trabajar en nuestra capacidad de escuchar, incluso a las niñas y niños, para dejar de matar las ganas que tienen de compartir y de contarnos sus cosas; si ya la perdimos, espero podamos recuperarla en estos días, y si ya la tenemos espero que la mantegamos y la hagamos más grande.
Estamos hechos de historias, y poder contarlas va a mejorar nuestra comunicación familiar que tan prioritaria es ahora. ¿Qué anécdotas no han escuchado de ti y crees que ya sea tiempo que las compartas con tu familia? Si te animas a compartirlas, estarás invitando a las otras personas a que lo hagan también, y es que el poder generativo de los relatos familiares logra transformar la realidad, que conozcan nuevas facetas tuyas y conocer nuevas facetas de los(as) demás nos lleva a lugares insospechados, quizá a destrabar asuntos que teníamos atorados por ahí, a devolverle la autoestima a alguien, incluso cambiar nuestra perspectiva y cultivar la esperanza en un mejor mañana.