Cómo nos hacemos felices

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

No nacemos felices. Lo más seguro es que nuestra madre lo esté al tenernos, pero su felicidad no es la nuestra. Aprendemos a ser felices con el tiempo, pero aún niños no nos hacemos esa pregunta, ésta irá surgiendo mientras crecemos, mientras aprendemos también a tener conciencia.

Aristóteles en su ética dice que nacemos para ser felices, que el fin último de nuestra vida es precisamente serlo. ¿Pero como seres humanos logramos siempre esta tarea?.

Lo cierto es que la felicidad es como la matemática. Hay a quienes por naturaleza se les dan los números, como si hubieran nacido para ello. Pero a la gran mayoría les cuesta mucho trabajo entenderlos. De tal manera que será sólo con el tiempo, la constancia y el estudio que entiendan al menos las partes primarias de las sumas, las restas y las divisiones. Con la felicidad pasa lo mismo; tenerla y entenderla dependerá del esfuerzo y la dedicación hacia ella, más la capacidad que se tenga para obtenerla.

De tal modo que para la gran mayoría de las personas ser felices no es fácil, y tampoco depende de los demás que lo sean. La felicidad como tarea de la vida se construye en lo personal y siempre por nosotros mismos. En este sentido la felicidad es también como nuestras necesidades básicas (de hecho la felicidad aunque no se menciones es una de ellas); la necesidad de comer, de orinar o de dormir que dependen sólo de nuestra propia naturaleza.

Así como no podemos pedirle a nadie que coma o duerma por nosotros, tampoco podemos pedirles que nos hagan felices. Ser feliz entones es una tarea propia. Todo asunto sobre la felicidad dependerá de cuánto entendamos sobre ello, como si fuera un deber (como dice Kant al respecto) o una tarea.

Para Sigmund Freud, la felicidad dependerá de cada naturaleza humana dependiendo de quién y cómo sea la persona, de lo que quiera hacer o más quiera. En este sentido no todos son felices subiendo una montaña, hay quienes prefieren el mar, el deporte, la música o la meditación (como los monjes tibetanos), quizá la felicidad de estar a solas a veces o siempre junto a alguien para sentirse acompañados.

Lo cierto es que la necesidad y  el aprendizaje sobre la felicidad nunca terminan. Una persona ya mayor se sentirá feliz sólo si sabe que ha cumplido bien con su tarea de vivir, de lo contrario vivirá atormentado viviendo particularmente en la desgracia y desdicha de sus últimos años.

En la vida penas y alegrías se conjugan. Habrá siempre días tristes pero días también plenos. Acumular años con el tiempo, es decir, hacerse más viejos; no significa ser más felices. Un hombre mayor para que sea feliz realmente necesita haber aprendido la diferencia entre serlo realmente o mentirse así mismo al respecto. Si al final de la vida y más allá de la apariencia, el dolor, la tristeza y la decepción son más que el gozo y la satisfacción de vivir los últimos días; entonces no hay felicidad.

Cada paso que damos, cada idea que pensamos, cada emoción, cada sensación y cada sentimiento forman parte de nuestra felicidad. Pero no siempre los pasos dados son los correctos (aunque a veces así parezca), no siempre nuestras emociones son sanas y nuestros sentimientos buenos.

Otra parte constante de nuestra felicidad es la salud de nuestro cuerpo. Así tengamos 20 o 60 años; si la salud propia de nuestro organismo nos falta, la felicidad también estará ausente.

Es así que de esta manera ser entonces una persona feliz, es ser una persona íntegra, saludable, sensata, cordial, empática y funcional en todo aquello que la vida le demande para que se relacione tanto con los demás, así como con su entorno y la naturaleza propia de su ser mismo.

Y así como la conciencia humana se va formando a través del tiempo, también la felicidad se va construyendo a partir de nuestra propia constancia, temperamento, carácter, inteligencia y capacidad de crecimiento.

Hacernos felices después de nuestro nacimiento nos llevará toda la vida. Pero serlo al final de nuestros días será la mejor prueba de que hicimos bien la tarea; ¡nuestra propia tarea de vivir!