Hay muchas formas de tomar el pulso y, por lo tanto, de calcular la frecuencia cardiaca. Para medirla sin la ayuda de ningún aparato electrónico, necesitaremos colocar los dedos índice y corazón (nunca el pulgar) en una parte del cuerpo donde una arteria pase muy cerca de la piel. Así, puede medirse en el cuello (pulso carotídeo), en la muñeca (pulso radial), en la ingle (pulso femoral), en la parte interna del codo (pulso cubital), en la parte posterior de la rodilla (pulso poplíteo), en la sien (pulso temporal) o en la cara interna del pie (pulso medio).
Una vez que se tenga localizado el pulso en una de estas zonas, presionando suavemente con los dedos hay que contar cuántas pulsaciones tenemos en un minuto (o en medio minuto y multiplicarlo por dos).
La frecuencia cardiaca también se puede medir con ciertos aparatos electrónicos, que están especialmente indicados para tomarla cuando se está realizando una actividad física. Se trata de los conocidos como pulsímetros, aunque su nombre más correcto es el de frecuencímetro cardiaco. Estos aparatos se componen de una cinta que se coloca a la altura del pectoral y que está conectado con un reloj que mide la frecuencia cardiaca, aunque la mayoría de los modelos cuentan con funciones añadidas como pueden ser el cronómetro, el contador de calorías consumidas, etcétera.
No hace falta ser un deportista profesional para tener en cuenta la frecuencia cardiaca a la hora de hacer cualquier actividad física. Y es que es importante conocer cuál es la frecuencia cardiaca máxima a la que se puede llegar para no poner en riesgo nuestra salud, así como saber en qué porcentajes podemos movernos para maximizar los beneficios de la práctica deportiva.
Para calcular la frecuencia cardiaca máxima existe una fórmula muy sencilla en la que hay que restar a 220 la edad que se tenga; por ejemplo, si una persona tiene 40 años, su frecuencia cardiaca máxima es 180. Nunca debe poner a su corazón a pulsaciones superiores a esta cifra.
Texto y foto: Agencias