¿Con qué sueña la IA?

CARLOS HORNELAS

carlos.hornelas@gmail.com

A partir de la popularización de la Inteligencia Artificial se ha disparado la imaginación de ingenieros, divulgadores de ciencia, políticos, científicos, pero también de artistas, escritores de ciencia ficción y hasta de músicos. La época me parece, en cierto sentido parecida al espíritu prevaleciente cerca del llamado Y2K en los albores del siglo XXI, en la cual los temas de tecnología se habían impregnado de una capa de filosofía y pensamiento mágico, por contrapuestos que parecen de primera instancia.

Ahora que contamos con computadoras cuya capacidad es grandiosa, cuando se ha digitalizado gran parte del acervo cultural de la humanidad y la ciencia ha registrado avances fantásticos, hay quienes ponen en duda sus más elementales principios, por ejemplo, quienes son partidarios de que la Tierra es plana y paradójicamente usan los medios de comunicación de última generación para difundir esta especie.

Una encrucijada ha llevado a filósofos, tecnólogos, artistas, escritores, dramaturgos y conspiracionistas a un lugar común: pensar que la realidad en la cual nos movemos es producto de una simulación programada por una inteligencia superior y que vivimos dentro de una especie de universo digital contenido. Y si, estimado lector, es lo que imagina en este mismo momento, es como el argumento de la película “Matrix” de las hermanas Wachosky, lanzada en 1999.

Nicklas Bostrom, filósofo sueco de la universidad de Oxford ha sido, tal vez el primero en el mundo científico en hablar seriamente sobre la posibilidad de que estemos inmersos en una simulación programada. A esta idea se ha sumado Melvin Vopson, de la universidad de Portsmouth en Estados Unidos, ha escalado estos supuestos al proponer lo que él llama el “Principio de equivalencia Masa-Energía-Información”, que enuncia que la masa puede expresarse o bien como energía o bien como información y viceversa.

Puesto en otros términos, que la tela como entramado de la realidad puede estar constituida por unidades mínimas de información, como píxeles o piezas de lego, y que puede intercambiarse con la masa. De acuerdo con este principio, si se admite que la información tiene masa, y por tanto existencia física mensurable, sería posible detectar dichos bits de una programación simulada y su manipulación podría ser posible. Si, nuevamente como en  la película Matrix: Neo descubre el código madre de la realidad y se abstrae de las leyes físicas que gobiernan a quienes las ignoran.

Independientemente del acuerdo sobre estos principios y su posterior desarrollo, el tema ha puesto de moda nuevamente las mismas cuestiones que la humanidad se ha planteado desde el origen mismo de la filosofía, como la naturaleza de la realidad, el impacto de la acción humana en el mundo, la reversibilidad del tiempo, la idea de destino y libre albedrío o de alcanzar a comprender la realidad de un determinado modo.

Quizás, entonces, el verdadero valor de esta nueva encrucijada tecnofilosófica no radique en determinar si somos o no bits en una simulación cósmica, sino en la poderosa interrogante que nos obliga a plantearnos: ¿y si lo fuéramos? Esa sola pregunta funciona como un espejo moderno de los mitos de la caverna, un catalizador que nos impulsa a reexaminar con renovada urgencia las preguntas perennes sobre la conciencia, la agencia y la naturaleza de lo real. La Inteligencia Artificial, lejos de ser solo la herramienta que podría revelar el código oculto, se ha convertido en el espejo digital que nos devuelve nuestra propia imagen, distorsionada, interrogante y profundamente humana. Al final, ya sea en una matriz de silicio o en un universo de materia, la búsqueda de significado sigue siendo la misma; solo que ahora, parafraseando a Neo, tenemos herramientas mucho más interesantes para intentar doblar la cuchara.