CARLOS HORNELAS
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Desde hace un par de años todo mundo habla acerca de la Inteligencia Artificial, de un modo u otro, a favor o en contra. Su llegada ha abierto el umbral de una nueva fase en nuestra relación con la tecnología. Durante la pandemia aquellos que todavía estaban con ambos pies en el mundo físico, tuvieron por fuerza que integrarse a aquellos que ya vivían con un pie en la red de redes.
Se extendió en comercio electrónico con dinero sin papel, el uso de soluciones a través de internet como las videoconferencias en la educación, la capacitación, la solicitud de mercancías y bienes de consumo y entretenimiento a través de la red, las cuales son prácticas sociales que finalmente se implantaron sin punto de retorno.
Hay más gente en casa viendo Netflix que en los cines, por ejemplo, y hay más gente jugando en línea que pateando balones en el fondo del callejón.
Lo que también es cierto es que la demanda porque los procesos de producción sean más rápidos ha motivado muchos cambios en la industria en general. En lo que se refiere al entretenimiento, los espectadores se han vuelto más impacientes entre los períodos de espera entre un lanzamiento y otro de sus series favoritas. Lo mismo pasa con los gamers que buscan las últimas actualizaciones de los juegos de su preferencia.
Una de las limitantes actuales de la industria de los videojuegos es la alta demanda de recursos tecnológicos para poder funcionar de una manera adecuada y brindar al usuario una experiencia de alta fidelidad en todos los aspectos. La inversión que tiene que hacer un usuario es cada vez más costosa y para que la experiencia se despliegue a toda su capacidad, requiere una infraestructura actualizada, una licencia y un internet de muy buena calidad.
Así también sucede con el resto de las industrias: hay una mayor demanda por reducir los tiempos de producción de todos los bienes, así como también de la reducción del tiempo de respuesta los usuarios sobre sus demandas. Esto presiona a las empresas a invertir y actualizar en su infraestructura y a integrar todas sus operaciones con el ciberespacio, pero no solo eso.
La nueva integración ya no es con la nube ni con el ciberespacio, eso ya se da por sentado. Vivimos pidiendo a Alexa que ponga una canción o que cierre las cortinas, o que ponga a barrer al robot.
La nueva frontera que estamos cruzando es conectar la red de redes y los dispositivos físicos a la Inteligencia Artificial para obtener resultados específicos en pocos segundos.
No basta solo con tener una computadora conectada a la red, o a los dispositivos domésticos, como la lavadora, sino la potencia que se abre al integrar la Inteligencia Artificial. Con ello, la lavadora podría programar cuándo funcionar previo cálculo de la demanda de corriente al tomar en cuenta todos los dispositivos conectados en el hogar, desde el refrigerador o el horno de microondas a la hora de la cena e iniciar su ciclo de lavado en el horario de menor consumo energético.
O las persianas pueden aprender el momento en el cual el usuario gusta de abrirlas para disfrutar de la luz solar. Todos los dispositivos podrán aprender las costumbres y horarios personalizados de cada miembro de la casa para cumplir con sus expectativas.
Pero a medida que esto suceda, los dispositivos que se volverán inteligentes como la barredora, el refrigerador o el horno de microondas, serán cada vez más caros.
Un automóvil se volverá una computadora con llantas, en línea y tomando decisiones si el conductor cabecea, a partir de conocer sus datos biométricos al instante. Esto aumenta la presión en la demanda oportuna de todos los servicios en general y por supuesto, una carga global en los recursos de nuestro planeta.