Hay que conocer el mar y sus pescaditos

DE LAS COSAS COMUNES //

De Celestún a El Cuyo, Yucatán tiene 378 km de costas, por lo que uno creería que todos los yucatecos conocen el mar. Aunque una cosa es conocer el mar y otra diferente identificar los peces que viven en él.

Cuando era un niño y mi padre me llevaba desde Dzilam González a pescar a Dzilam Bravo yo apenas conocía los distintos tipos de peces que hay en las aguas de esa zona, así que si uno se enganchaba en el anzuelo de mi cordel, yo preguntaba: ¿Éste se come, papi?

Hay varias especies de peces que ya no existen o se han alejado de nuestras costas. Puedo citar el ronco y el jurel, y agregar que el mero está en una situación especial, pues hace 40 ó 50 años se le podía pescar cerca de la playa, en tanto que ahora hay que alejarse varios kilómetros mar adentro para tener la posibilidad de pescar alguno.

Había también en las aguas dzilameñas raya blanca, corvinas pinta y blanca, y un poco más al oriente se pescaba robalo, un pez al que le gusta la ciénaga o ría y las aguas marinas bajas.

A muchos se les hace difícil o imposible identificar las diferentes especies de peces a las que tenemos acceso los yucatecos. Por ejemplo, muchos no saben diferenciar una rubia de un canané, especies que suelen comercializarse juntas, pero que son muy diferentes: la rubia es parecida al pargo, pero de color rosado y su cola semeja una espátula, en tanto que el canané es entre amarillo y rosado, con finas rayas amarillas y rojas a lo largo del cuerpo, y la forma de su cola se parece a la de las golondrinas.

Hasta la última vez que salí a pescar, el chacchí era abundante en la costa frente a Progreso, y barato. Algunas personas buscan este pescado por recomendación médica, pues tiene en el estómago una fina piel negra que debe su color al yodo, un elemento que ayuda a aliviar ciertas enfermedades, como la artritis. Una vez una criada que iba a comprar chacchí a las pescaderías que funcionan cerca del cruce de las calles 50 y 67 de Mérida fue interpelada por la vendedora, que conocía a la jefa de la muchacha. “Tu patrona tiene dinero, ¿por qué sólo compra pescado barato?”. Y entonces surgió la explicación de que lo que necesitaba la señora era más bien el yodo del buche del pescado.

La presión demográfica ha hecho que disminuya la población de prácticamente todas las especies de peces, crustáceos y demás, no sólo en las aguas de Dzilam, sino prácticamente en todos esos 378 kilómetros de costa. Algunas están extintas para fines prácticos, como la jaiba, que hace cinco décadas pescábamos los chamacos en la ciénega, armados con una fisga y una bolsa de plástico. El olor de la jaiba asada al carbón en improvisada fogata es algo que ha quedado grabado en mi cerebro para siempre.

De mis salidas infantiles a pescar con papá también recuerdo un pez delgado y largo cuyas escamas plateadas relampagueaban al sol cuando tirábamos del cordel con él enganchado en el anzuelo. Le decían tzotzín en lengua maya, o macabí si no me equivoco, y pescarlo era más bien para darse el gusto de vencer la resistencia que presentaba, porque en realidad a pocos les gustaba comerlo, debido a que era muy espinoso, su carne demasiado suave y su sangre oscura.

Hay más cosas que decir de los peces disponibles en las costas de Yucatán. Seguiremos en otra ocasión.

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