Contra la lectura

CARLOS HORNELAS

carlos.hornelas@gmail.com

La Feria Internacional del Libro en Guadalajara celebra este año su 39° edición, como dice su página oficial “convirtiendo a la ciudad en un punto de encuentro entre lectores, autores, editoriales y propuestas culturales de todo el mundo”. Mientras la feria celebra este encuentro masivo con los libros, una corriente silenciosa y tecnológica parece alejarnos de su esencia: la lectura misma.

A partir del uso corriente de las redes sociales virtuales hay cada vez más escritores que lectores. Todo mundo quiere escribir y que lo lean. Todos parecen tener algo que decir al mundo: desde las teorías conspiranoicas hasta los remedios de la abuelita, pasando por las novelas de escritores wanna be o quienes dicen “escribir sobre lo que nadie más se atreve”. Para todos ellos y para su servidor hay malas noticias: nadie nos está leyendo.

Desde siempre, se ha pensado que la lectura de los libros proporciona, además de conocimiento, sabiduría e información sobre los temas del mundo, un bagaje cultural envidiable. Se considera que los lectores voraces son personas cultas y cuya perspectiva de las cosas y los acontecimientos se ha ido marinando al paso del tiempo con una o dos capas de lecturas sobre diversos temas, con escritores encumbrados en ciertas áreas o con la lectura de autoridades en el tema. Se expresan con soltura sobre las obras y sobre los autores como si les hubieran conocido personalmente y a veces en un afán de pura presunción podrían recitar de memoria pasajes de ciertos volúmenes o hacer referencia a ciertas ediciones.

Estos especímenes están en peligro de extinción debido, entre otras condiciones, a la práctica cada vez más extendida de pedir resúmenes a la Inteligencia Artificial como un atajo alternativo para acceder al preciado conocimiento del modo más fácil y cómodo.

Esto ya existía desde hace mucho tiempo y solamente se está transformando. Antes se vendían panfletos que resumían algunas obras clave en la educación superior. Después llegaron páginas de internet, donde estudiantes o hasta profesores compartían con la comunidad reseñas y sinopsis de novelas, libros de texto o de consulta a fin de evitar la lectura.

Lo nuevo del escenario en la era de la IA es el reconocimiento abierto y flagrante de personalidades consideradas los modernos chamanes o gurús de la tecnología y los negocios como Sam Altman que reconocen que, ante la falta de tiempo o ganas, han hecho uso de la IA para evitar el trabajo de leer el libro.

Como si se tratara de una pérdida de tiempo, la lectura de la IA se convierte en el recurso de quienes cínicamente se hacen pasar como diletantes cuando no llegan ni a aprendices. A través de la IA se puede pedir un cuadro sinóptico del tema, tarjetas de repaso con los conceptos clave de la obra, o hasta un podcast de ocho minutos a dos voces. La lectura se empieza a convertir en una interfase sin letras: todo antes que leer los textos.

Las máquinas leerán para nosotros, con todos los sesgos. La versión “descafeinada” de las obras, centrada en su “contenido neto” es como querer que alguien nos cuente de qué va una película en lugar de verla completa. No solo es el fin de los lectores, sino del texto como lo conocemos.

Frente a este panorama, la verdadera rebelión quizá ya no sea escribir, sino leer. Leer con paciencia, con calma, permitiéndonos perderse en las páginas y encontrar allí, no solo información, sino tiempo, reflexión y un diálogo íntimo con otra mente. En la era de los resúmenes instantáneos, el acto más radical y necesario podría ser, simplemente, abrir un libro y entregarse a la lenta, incomparable y humana experiencia de leer.