¿Cuál es el punto?

Claro NO contra un Estado homosexual

Por Gínder Peraza Kumán

Por amplia mayoría de 19 votos contra ocho, con una abstención, la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados desechó anteayer miércoles la iniciativa del presidente Enrique Peña Nieto para que el llamado “matrimonio igualitario”, o ayuntamiento legal entre personas del mismo sexo, fuese incluido en la Constitución federal y formase así parte de nuestra definición como Estado o Nación.

La noticia fue motivo de alegría para millones de mexicanos que estamos convencidos de que es una necesidad pelear por el respeto a la familia tradicional, que por numerosas razones es la mejor estructura social alrededor de la cual puede y debe crecer nuestra nación si no quiere perderse en un relajamiento de costumbres y valores que primero nos lleve a la desintegración y después, paulatinamente, nos hunda en un individualismo egoísta y al final acabemos convirtiéndonos en una sociedad enferma por el hedonismo, el predominio de lo relativo y un individualismo nefasto por antisocial. Ya tenemos alertas por ese estilo, por ejemplo, con mujeres que se las ingenian para tener un hijo arrendando la participación sexual por unas horas de un hombre al que luego desechan, para quedarse como únicas propietarias del “producto” logrado; y luego de todo eso se proclaman como el modelo a seguir y representantes de las conductas más “avanzadas”.

Por cierto que al darse a conocer el rechazo a la citada iniciativa a favor de los homosexuales mexicanos, hubo la oportunidad de comprobar una vez más la tiranía que ejercen los medio de comunicación que operan desde la capital del país, pues en cada nota sobre el tema le daban prioridad a los argumentos a favor de la iniciativa gay y minimizaban las expresiones en contra. Esos medios poderosos pontifican siempre sobre los antivalores de una ciudad capital que es el reino perfecto de la corrupción, que proclama como grandes conquistas sociales lo que a menudo son atentados contra los valores básicos que deberían regir una convivencia sana, un marco social en el que sea menos difícil buscar la verdadera igualdad de las personas, no en el sexo –que aunque importante nunca debe ser el motor principal de la vida de cualquier persona–, sino en la educación y cultura, en el ingreso económico y en general en las oportunidades de desarrollo y realización personales.

Uno de los argumentos que esgrimieron quienes rechazaron la reforma a la Constitución federal que hubiera permitido que México se convirtiera oficialmente en un Estado homosexual, es que el tema en discusión corresponde al ámbito civil y por ende deben ser los estados, las 32 entidades federativas, los que deberían legislar cada uno en particular para decidir si aceptan la legalización del mal llamado “matrimonio” entre dos hombres o dos mujeres (¿y después que otras combinaciones van exigir que también aceptemos?).

La verdad es que los gobiernos de los estados, desvirtuando el verdadero significado del federalismo, nada o muy poco tienen de independientes, y más bien casi siempre se desviven por acatar las directrices que genera el Centralismo. Eso no debería ser así, los estados de provincia no tienen por qué aceptar leyes diseñadas para el altiplano, para una sociedad muy diferente a la suya, y que por consiguiente no toman cuenta la mentalidad y valores de los “provincianos”, sus buenas costumbres y su amor por la verdadera familia.

Algo alentador de los dimes y diretes en torno al rechazo a la citada iniciativa de Peña Nieto es que algunos afirman que la desaprobación de la propuesta presidencial se debió a un cálculo político, es decir, que los priistas y sus aliados consideraron que aprobar el matrimonio igualitario les saldría muy caro en las próximas elecciones. ¡Qué bueno que se dice eso! Porque significa el reconocimiento de que una gran mayoría de los mexicanos rechazamos el ataque directo contra la familia tradicional que se intentaba perpetrar.

El punto es que se ganó una batalla, pero no la guerra. Tendremos que estar siempre pendientes de las siguientes intentonas de quienes ven en el ejercicio de su sexualidad su más grande prioridad, el eje de su vida y el más importante de sus “derechos humanos”, como si los hombres y mujeres no tuviéramos valores y cualidades mucho más elevados para buscar la plenitud.

Dos consideraciones finales: 1) Habrá más de esas intentonas, porque hay cada vez más homosexuales en los círculos del poder (todavía esperamos tu libro sobre ese tema, amigo David); y 2) ¿El tema del matrimonio igualitario no sería un intento de desviar nuestra atención para que nos descuidemos en otros mucho más importantes, como la elaboración del presupuesto federal para 2017?

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