Por María de la Lama
Si el objetivo es conocernos mejor, una crítica suele ser información más confiable y más valiosa que un cumplido. Hay muchas razones que pueden llevar a alguien a hacerte un cumplido y que no tienen nada qué ver con la verdad: que quiere caerte bien, hacerte sentir mejor, aligerar el ambiente o llenar un silencio incómodo. Echar flores no cuesta nada y es muy útil, las merezca o no el receptor. En cambio, criticar suele ser costoso e inútil, incluso si no nos equivocamos (por eso los borrachos y los niños dicen la verdad: por insensatos).
¿De qué me sirve decirle a mi amiga que su maquillaje se pasó de naranja, o que ha engordado? O que es menos inteligente de lo que cree. Lo egoísta y prudente es en la mayoría de los casos quedarme callada, o mentir suavemente. Criticar a un amigo requiere valentía y honestidad desinteresada. Y no tengo más motivo para hacerlo que el de decir la verdad. Por eso las críticas de un amigo son información muy valiosa: porque es mucho menos probable que esté mintiendo por convivir.
Con lo difícil que es vernos honestamente, darnos cuenta de cómo somos, la imagen que tienen de nosotros los demás es información muy valiosa. Pero nuestras virtudes ya las conocemos: esas sí están en el espejo, y si no, ya te las dijeron (y apuesto a que ya te las creíste; los autoestimas demasiado bajos son bien raros). No es el caso con nuestros vicios y defectos: el espejo es lambiscón, como la mayoría de la gente a nuestro alrededor. Y los que más información valiosa tienen, nuestros familiares, amigos, novios y ex-novios, son los que menos razones tienen para decirnos muchas de nuestras faltas.
Así que, como heurística, como _rule of thumb_, hay que cuidar a los críticos. Desconfiar de la amiga que solo me hecha flores, (y probablemente, en el fondo, disfruta mis metidas de pata); y agradecerle a la que me regaña por soberbia, descuidada o maleducada.
