¿Qué diantres es un meme? Ya me perdí. Creía estar en la onda de los chistes de Internet pero lo que creía que es onda ya no es onda, y ya no entiendo el humor de los jóvenes. ¿Qué es un Fortnite? ¿Con qué se come un Miltoner? Seguro es que ya no entienden lo que debería ser gracioso. ¿Será que lo que la juventud considera memeable siempre ha sido inherentemente subjetivo, y una aparente decadencia humorística es solo desplazamiento en la escala generacional? No, seguro los chamacos están mal.
Okey, eso no es cierto. Volvamos a empezar, un poco antes, a 1996. Artistas 3D hacen una animación en bucle de un bebé bailando. Se veía chistoso, así que los internautas se lo compartían entre sí, a veces modificándolo. Parte de su gracia es que solo unos cuantos lo reconocían. No tenía mucha ciencia, pero así nació el primer (o casi el primer) fenómeno viral.
La persona que bautizó meme a ese tipo de contenido lo hizo dos años antes para lo que hoy llamamos reductio ad hitlerum. Mike Godwin notó que en Usenet –Mecca ancestral de ultrañoños– los argumentos con frecuencia desviaban en acuse de nazismo. ¡Increíble cuánto ha evolucionado el diálogo digital!
Godwin llamó a esa retórica un meme porque le latía la memética de Richard Dawkins y notó su manifestación digital. Dawkins creó en 1976 la palabra meme, mezcla de memoria, mimetismo y gene, para referirse a la unidad cultural que se replica, propaga y altera. La memética es genética social, pues. El Hanal Pixan, los cuentos de héroes y la asociación del color rosa con la feminidad son memes bajo esta concepción.
Internet se expandió y meme se volvió un chiste nicho, que solo entienden pocos internautas, que es gracioso porque pocos lo reconocen. Leeroy Jenkins. Una explosión de popularidad después, el meme se asentó en formas más concretas: macros en dos líneas de texto sobre una imagen. Se dispararon las redes sociales y meme se hizo sinónimo de rage cómics – esos espeluznantes trazos monocroma con una frase corta. Me gusta.
Y henos aquí. Estos días, en el imaginario, digital, meme parece significar “imagen con texto” o “un chiste en internet”, con énfasis en mutación de significado. A veces se reemplaza el texto por una segunda categoría de imagen con una gramática puramente pictórica. Tal vez estamos regresando a la definición de “aquello que se repite, modifica y comparte”.
Ya está más o menos moribunda, o por lo menos diluida, la idea de meme como chiste propio de raritos internautas. Pero permanece la lógica de que los memes son para compartirse con un grupo limitado por reconocer e inferir significado sin explicación (por más grande que sea: la nación entera somos ese “selecto” grupo que reconoce memes del debate presidencial). La especialización intensifica a la vez que la audiencia se agranda, hablando del renacimiento del dada y absurdismo post-irónico, para rescatar el sentido de exclusividad. Todo un ejercicio de semiótica.
Los memes siguen a los genes: existen para replicarse y difundirse. En la biología celular, a una mutación rápida y esparcimiento desmesurado se le llama cáncer. En memética, un meme que muta poco y lento perdura –como los de Dawkins– y uno inestable y frenético vive unas vidas cuantas semanas –como los de Internet–.
Entonces, tal vez ya no estoy en la onda de lo que es un meme, pero nadie lo está. La palabra ha mutado tanto: mutación memética de la memética misma. Es lenguaje en espacios cibernético audiovisual, cultura digital y recurso posmoderno para transmitir significado. Excepto los del Miltoner, tengan tantita dignidad, por fa.
Por Gerardo Novelo
gerardonovelog@gmail.com
* Estudiante de Comunicación. Pasa mucho tiempo pensando en cocos y golondrinas.




