De política-ficción

“Todo es política-ficción”, llegó a decir en una de sus cuantiosas entrevistas, Carlos Salinas de Gortari, el expresidente de México. Tal vez en su momento esta declaración sonaba a retórica pura para desembarazarse de las interrogantes de los reporteros, o puede ser también que estuviera un paso adelante de todos ellos.

En estos tiempos, en la sociedad llamada del espectáculo, como la bautizó Guy Debord, la ciudadanía muchas veces abandona su carácter racional y se deja seducir como la audiencia de un cine por la trama que tiene ante sus ojos. Lo que hay en cartelera a todas horas en estos días es la política porque estamos en la víspera de las elecciones. Y los actores son los políticos contendientes.

El reporte de los acontecimientos en los medios de comunicación se lee como la entrega cotidiana de episodios de historias que cuentan cuentos sobre los personajes centrales de la serie.

Así, dependiendo de quien elija usted como el protagonista, podrá ubicar en el tablero al antagonista, los aliados, los adversarios y los obstáculos a vencer. Lo interesante es que muchas de las cosas que se dicen no tienen la intención de esclarecer la información objetiva de determinados hechos sino de abonar a la expectación de la telenovela, cuyo guión se escribe cada día desde el cuarto de guerra de cada candidato.

Así, la política se ha convertido verdaderamente en una ficción. Cada candidato tratará de conmover al respetable con una versión que le convenza, que permita su identificación con el público. “Más vale pasar por bueno que por listo”, se decía en antaño y ahora más que nunca parece ser la moneda de cambio.

Mientras Andrés Manuel se reitera como una persona sin rencores, amoroso, incluyente y hasta capaz de reírse de sí mismo; Meade construye el personaje de un tesonero trabajador sin filiaciones políticas que se ha superado poco a poco y que trata de nadar contra corriente; Anaya se presenta como conciliador, atemperado, educado y cosmopolita: la prueba de que la política no está divorciada de la juventud.

Cada contrincante escribe su telenovela que tiene que reinventar cada día. La audiencia deberá decidir a quién le compra el drama. Y nuevamente, no estamos hablando ni de cifras ni de cuentas, estamos tratando de dilucidar cuál es el cuento que más nos identifica.

Por ello, este espectáculo nos entretiene, porque como se ha dicho en este espacio, cuando se quiere soslayar la realidad y dejar sin piso a la información, es necesario entretener, divertir y narrar historias.

Interesante será ver cómo se integran a estas posiciones narrativas, o políticas, según se quiera contar, los consumidores de las mismas, así como saber si con las redes sociales les pueden posibilitar dar el salto de espectadores a productores de sus propios relatos.

Esta coyuntura establece un marco de comprensión general dentro del cual podemos incluir cosas tan distintas como las fake news, los tuits, la posverdad y los rumores. Todo está articulado en una estrategia que persigue no la credibilidad de las plataformas, sino la adhesión a la narrativa del personaje de preferencia.

Desde esta óptica, recomendamos poner atención no tanto en el mensaje, sino en la intención de lograr ciertos efectos en la audiencia.

Parecer en este campo es más importante que ser.

 

Por Carlos Hornelas

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