Carlos Hornelas
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En México vivimos una democracia simulada previa a las elecciones federales de 2024. El 5 de septiembre inicia formal y legalmente el proceso electoral que culminará el 1 de octubre del próximo año con la toma de posesión de quien vaya a ocupar la silla presidencial.
No obstante, en los últimos meses se ha librado una especie de proceso interno en la búsqueda de quienes representarán a los contendientes en las urnas. Dos grandes procesos corren en paralelo: por una parte, el Frente Amplio por México, integrado en una coalición formada por los partidos PAN, PRD y PRI; mientras por el otro el movimiento de Morena, con seis candidatos “corcholatas” como les ha nombrado el titular del ejecutivo a nivel federal.
Hasta ahora, todo apunta a que ambos procesos son una simulación disfrazada y grosera de un acuerdo cupular entre quienes se han prestado a la farsa. En lo que refiere al Frente amplio, parece que la designación de Xóchitl Gálvez ocurriría por la declinación de los otros candidatos que estaban entre las opciones alternativas. En primer lugar, la declinación de Santiago Creel y la que se espera de Beatriz Paredes quienes, desde mi opinión, seguramente habrán vendido caro su amor por México para ceder sus espacios.
Con ello, le darán toda la razón al presidente López Obrador en su narrativa de que la oposición habría armado un teatrito para justificar la designación de su virtual candidata.
No obstante, lo mismo sucede en Morena. Desde un inicio, la inequidad en el proceso ha evidenciado la mano negra del “destapador” quien ha ido a la cargada en favor de su corcholata. Situación de la cual se han quejado tanto Marcelo Ebrard como Ricardo Monreal, quienes han sugerido el uso de recursos públicos para apuntalar a una candidata sin carisma ni arrastre popular, que lució cada vez más intolerante a los cuestionamientos y a la frustración, dejando entrever visos de su personalidad y carácter.
Ambos procesos han resultado en un concurso de popularidad que busca conectar con el electorado para despertar emociones, en lugar de la presentación de programas de gobierno y políticas públicas. Lamentablemente en las últimas elecciones los mexicanos hemos votado no por los candidatos más capaces y preparados sino por los más simpáticos y lenguaraces, como Vicente Fox, quien nos sigue regalando ocurrencias; Enrique Peña Nieto con su humor involuntario en declaraciones ridículas o el actual López Obrador quien cada mañana nos regala una cosmovisión repleta de refranes y dichos populares.
Estos procesos, además, han sido totalmente ilegales bajo la vista gorda del INE, quien omitió todo tipo de sanciones para unos y otros. Se supone que, de acuerdo con el mandato constitucional, las precampañas para elegir al candidato por cada partido están programado del 4 de noviembre de 2023 al 3 de enero de 2024. Sin embargo, el presidente decidió de manera unilateral e ilegal, adelantar el proceso y con ello generar el gasto de recursos que no puede fiscalizarse ni para unos ni para otros. Es decir, se ha vuelto el principal artífice y motor de la corrupción y fraude durante el curso de estos sucesos y con el más puro descaro y cinismo se queja cuando le quieren aplicar la norma para que cese sus expresiones proselitistas a favor de su partido, y en contra de ciudadanos. Él que dijo gobernar para todos los mexicanos se ha comportado como el verdadero jefe de su partido, no como mandatario.
Así, sin competencia ni debate porque, los del Frente Amplio no quieren dar la imagen de resquebrajamiento y las corcholatas se encuentran impedidas por su jefe, de hablar de los temas del país, es como acaban estas simulaciones. Parece que seguiremos votando por la clase política de la cual nos quejamos y que cada vez está más lejana de nosotros, los ciudadanos.