Ángel Canul Escalante
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Tras la crisis económica del 2008, David Graeber en un artículo del mismo año, vaticinó que sólo bastaría una generación más para el desmoronamiento del capitalismo. No obstante, ante tal panorama de oportunidad ninguna alternativa coherente salió a la luz. Hoy, tras la pandemia de coronavirus, que en su momento también se dijo que sería un golpe al capitalismo al estilo Kill Bill, la “nueva normalidad” no trajo consigo nada nuevo, el sistema se mantuvo intacto y la clase dominante se enriqueció aún más.
¿Por qué somos incapaces de imaginar un mundo distinto? Se preguntó Graeber. Ni siquiera las catástrofes, que Žižek consideró necesarias para un nuevo orden social, tuvieron efecto alguno. Las luchas sociales y la resistencia organizada son apenas vestigios de lo que en su momento fueron. La desesperanza que padece la mayoría no es natural, debe ser producida y sostenida. Detrás de tal situación se encuentra toda una maquinaria burocrática y mercadotécnica. Se nos ha cancelado la posibilidad de imaginar futuros distintos y ello se ve reflejado en los productos culturales de las últimas décadas. Todo parece un refrito que añora el pasado. Remasters y remakes de todo tipo confirma cómo la cultura del siglo XXI es la repetición en alta definición de la cultura del siglo XX. También la intensidad y precariedad del trabajo aunado a la proliferación de las comunicaciones digitales han erosionado el tiempo libre y la atención. La cultura se ha visto deserotizada trayendo consigo la propagación de un déficit social de atención donde, mediante la sobreestimulación, es imposible escaparse para mirar fuera de la lógica tardocapitalista.
Desde hace un par de décadas nos adentramos en una epidemia global de nostalgia. Hoy la tendencia actual es mirar al futuro con el espejo retrovisor hacia un pasado que recordamos idealizado. En el siglo XXI pasamos a una visión distópica del futuro: “no hay alternativa” a este sistema económico y político, por tanto, la resignación y la impotencia se ha establecido como la nueva norma.
La era de la nostalgia es la era de la retrotopía, que es una negación de la negación de la utopía. Miramos a un pasado que nunca existió y sufrimos por ello. La nostalgia como mecanismo de defensa ante un futuro repleto de incertidumbre e inquietud no hace posible la inspiración para transformar la esperanza en acciones concretas para el futuro, más bien nos encamina a la búsqueda de reconstruir un hogar ideal perdido. La memoria digital también participa en ello, las selfies en tanto retratos narcisistas que exponen sólo momentos felices trastorna la idea del pasado.
La separación de poder y política originó que aquel sueño de lograr la felicidad a partir de un bien colectivo derivara a la re-individualización de la sociedad. Ya nadie sueña con hacer un mundo mejor, el objetivo pasó a ser mejorar la propia condición individual. Hoy vivimos en una sociedad que está de vuelta al seno materno, buscando que toda la vida pueda ser individualmente administrada, se ha privatizado la esperanza, salimos galopantes renunciando a toda solidaridad de clase dirigidos hacia el único lugar que parece ser seguro: dentro de nosotros mismos.