SOFÍA MORÁN
No cabe duda de que en nuestro país septiembre es el mes de las celebraciones patrias por excelencia, pero en medio de tanta fiesta, desfiles y folclor, puede que se nos pasen de largo otras fechas que, aunque no las sintamos tan cercanas, son igual de importantes para la humanidad. El pasado 16 de septiembre se conmemoró el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Quizás el nombre suene un poco técnico o alejado de nuestra vida diaria, pero la realidad es que esta fecha nos invita a recordar uno de los mayores logros en la historia de la cooperación global, un ejemplo de lo que podemos lograr cuando la ciencia y la acción se dan la mano. Para entender la magnitud de este día, tenemos que viajar unas décadas al pasado, cuando el científico mexicano v junto a otros investigadores, hizo una advertencia que cambiaría el curso del planeta. En 1974, sus estudios revelaron que ciertos productos químicos de uso común, como los clorofluorocarbonos (CFC), presentes en aerosoles, refrigerantes y espumas plásticas, estaban subiendo a la atmósfera y, al entrar en contacto con la capa de ozono, la estaban destruyendo. ¿Y por qué era esto tan grave? Porque esta delgada capa gaseosa, ubicada en la estratosfera, actúa como un escudo protector natural que nos resguarda de la dañina radiación ultravioleta del sol que ponía en riesgo la vida en la Tierra como la conocemos.
Afortunadamente, la respuesta de la comunidad internacional no se hizo esperar. El descubrimiento de Molina no quedó en un simple artículo científico, sino que se convirtió en la base para una acción sin precedentes. Así, en 1985 se firmó el Convenio de Viena, un acuerdo inicial que, dos años después, dio pie al Protocolo de Montreal. El objetivo principal era claro: controlar la producción y el consumo de las sustancias destructoras del ozono para eliminarlas por completo. En México, por ejemplo, fuimos de los primeros países en sumarnos y legislar sobre este tema.
Pero la historia no termina ahí. Aunque los CFC ya no se usan, los productos que los reemplazaron, conocidos como hidrofluorocarbonos (HFC), no dañan la capa de ozono, pero tienen un alto potencial para calentar el planeta. Por eso, en 2016 se aprobó la Enmienda de Kigali, una nueva fase del Protocolo de Montreal para eliminar gradualmente también estos gases. Este es un recordatorio de que los desafíos ambientales no se detienen, y que nuestra labor como sociedad tampoco debería. Informarnos, exigir a las empresas y gobiernos que sigan investigando y mejorando los productos, y darles mantenimiento a nuestros equipos de refrigeración, son acciones concretas que nos acercan a un futuro más sostenible.
El 16 de septiembre, aunque pasó desapercibido para muchos, es la prueba de que cuando nos unimos bajo la guía de la ciencia, podemos lograr cambios tangibles y proteger el único hogar que tenemos. Porque la preservación de la capa de ozono no es un tema de expertos, es un compromiso de todos.



