SOFÍA MORÁN
Este 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha que tiene su origen en un crimen político que conmovió al mundo. En 1960, las hermanas Mirabal (Minerva, Patria y María Teresa) fueron brutalmente asesinadas por el régimen de Rafael Trujillo en República Dominicana por su activismo contra la dictadura. Su muerte, ocurrida cuando regresaban de visitar a sus esposos en prisión, no fue solo un ataque contra tres mujeres valientes, sino un mensaje de terror hacia todas las que osaban desafiar el poder establecido. En 1999 la ONU haría de esta fecha un recordatorio global de que la violencia contra las mujeres es una violación sistemática de derechos humanos que trasciende fronteras y épocas.
Hoy, seis décadas después, las estadísticas siguen siendo desgarradoras: 70 de cada 100 mujeres en México hemos experimentado algún tipo de violencia, el 49.7% ha sufrido violencia sexual y el 39.9% ha sufrido agresiones de su pareja. Pero detrás de estos números hay realidades que muchas veces no nombramos como violencia: ese moretón que “se hizo sola”, ese llanto que nos llaman “exagerado”, esa pensión que nunca llega completa o ese espacio público que cedemos por miedo. La violencia no solo son golpes evidentes: es el novio que nos aísla de nuestras amigas, el familiar que administra nuestro dinero y el anónimo en redes que quiere silenciarnos.
Este año, la ONU nos alerta sobre un peligro creciente: la violencia digital. El 38% de las mujeres hemos experimentado acoso en línea, el 73% de las periodistas enfrentan ataques digitales y el 90% de los “deepfakes” son pornografía no consensuada dirigida contra nosotras. Lo virtual se ha convertido en otro campo de batalla donde intentan callarnos, especialmente a quienes alzamos la voz en política, activismo o periodismo.
Pero hay otra dimensión menos visible, el cambio climático como amplificador de violencias. En las comunidades rurales, donde las mujeres cargan con la responsabilidad de conseguir agua y alimentos, las sequías prolongadas significan caminar más lejos, exponerse más y enfrentar mayores riesgos. Durante desastres climáticos, las mujeres y niños tienen 14 veces más probabilidades de morir, y 4 de cada 5 personas desplazadas por los impactos generados por el cambio climático son mujeres y niñas. La crisis climática no es neutral, profundiza las desigualdades de género existentes.
Frente a este panorama, nuestra respuesta debe ser tan compleja como las violencias que enfrentamos. Necesitamos leyes, políticas públicas, campañas educativas y propuestas con perspectiva de género, así como una transformación cultural que nos enseñe a reconocer las violencias cotidianas.
Nuestra lucha es por un mundo donde ser mujer no sea un riesgo, donde nuestra seguridad no dependa de lo que dejemos de hacer, y donde las próximas generaciones de mujeres puedan vivir sin miedo.




