El ser humano es un ser de hábitos que generalmente se adapta a su entorno y circunstancias, en ocasiones para mejorar, en otras, para sobrevivir. Por eso me queda claro que el pragmatismo político de muchas personas no es más que un mecanismo de supervivencia en esta nueva selva moderna. Ese mimetizarse ideológicamente para ser uno más del grupo, alabanzas una tras otra y la siguiente cada vez más melosa que la anterior, el aplauso pronto y el estar presto al menor gesto. Nada grave, excepto que quién lo recibe puede perder el sentido y el tacto de la realidad y empezar a creer lo que los aduladores profesionales le dicen y no darse cuenta de errores que podrían ser pequeños si se atendieran en el momento pero que se agrandan y se agravan porque nadie tuvo el valor de hacer ver el error y mantener el espejismo de perfección suprema.
Mientras la pragmática mimetización política se presenta, el ciudadano mantiene sus esperanzas en que esta es la ocasión en que todo cambiará, en que al fin la revolución les hará justicia, que ahora sí. Por otro lado están los medios de comunicación y los que en ellos, prestamos voz y pluma a los que no pueden, los que debemos buscar la verdad, los que sabemos que nos debemos a quién nos lee, a quién nos escucha y… a nadie más.
No son mundos paralelos, todos tienen una estrecha relación pues si el político no escucha al ciudadano, el periodista lo hace y presenta la verdad logrando que al ponerlo sobre la mesa, el político solo pueda escuchar y responder al ciudadano. Cuando el periodista es atacado por el político, el ciudadano lo arropa y protege blindándolo. Cuando existe un malestar social, el periodista puede abrirle el panorama al ciudadano al presentar el punto de vista del político. De eso se trata todo esto, de comunicarnos efectivamente.
Pero así como hay aduladores dentro de la clase política, crédulos o incrédulos recalcitrantes entre los ciudadanos, también existen personas que alquilan voz y pluma a ciertos intereses y entonces sí, ya valió.
Cuando el que media, el que busca la verdad, el que expone la injusticia es comprado, no puede existir equilibrio ni respeto. Se rompe esa simbiosis útil y se convierte en parasitaria donde la verdad es lo último que se busca, donde la mentira se escuda tras un derecho, donde la equidad, la ética, la honestidad, la integridad y la dignidad son solo palabras del amplio léxico que se usa pero no se entiende, que se oye pero no se escucha, palabras cuyos conceptos están en peligro de extinción dentro de la moderna selva.
La equidad es el equilibrio que tenemos que tener en todos los aspectos de nuestra vida; la ética es nuestro conjunto de normas, nuestros principios, nuestra columna vertebral; la honestidad es no mentirle a los demás; la integridad es no mentirnos a nosotros mismos y ser fieles a nuestra ética buscando siempre la equidad. Dignidad… la dignidad es nuestro merecimiento, es aquello que conseguimos por nosotros mismos, es vernos al espejo y saber que dimos lo máximo de nosotros pero que aún podemos seguir mejorando, es el saber que todo trabajo es importante y ninguno está por arriba del otro, es no poder decir alabanzas que no sentimos pues nos estaríamos traicionando, es gritar las alabanzas cuando lo merecen pues reconocemos lo dado. La dignidad es lo que nos permite ver a los ojos de las personas sabiéndonos iguales, el dinero no sube ni baja a un ser humano, el poder no lo hace ni más brillante ni más opaco, el ser humano que esté frente a nosotros estará al mismo nivel que tú, que yo, que cualquiera y como tal, como igual, será tratado.
Equidad, ética, honestidad, integridad y sobre todo… dignidad. Eso merece este país, eso merecemos nosotros, eso debemos de buscar como sociedad, como políticos y exigirnos como medios pues nuestro trabajo, además de bello, es el único puente de dos vías donde transita la confianza entre gobierno y sociedad y nos debemos a quién nos escucha, a quién nos lee y… a nadie más.