Mario Barghomz
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Ya casi para terminar su “Metafísica” donde Aristóteles se refiere a todas las posibilidades del “Ser”, tanto de aquellos seres animados (sensibles) como de los que no lo son. En el libro XIII aborda el tema de Dios como el único ser infinito y eterno.
Dios -dice- es en su esencia distinto a los demás seres, y es la única entidad tanto en potencia (energía) como en acto (que está ahí) que no se mueve. Ser que crea sin haber sido creado Él mismo. Ser que mueve sin moverse. Esencia intangible e invisible que existe sin poder ser visto. Supremo bien. Inteligencia que se piensa así misma, “porque la inteligencia es la más divina de las cosas que conocemos”.
Para Dios no existe ni tiempo ni movimiento, por ello que su esencia sea eterna e inmóvil. Ser que no cambia y que permanece siempre. Ser necesario de quien dependen tanto el cielo como la naturaleza de la Tierra.
Dios se complace y goza con su acción misma; la del bien y su inteligencia. Por tanto -dice Aristóteles- goza de una felicidad eterna que nosotros solo conocemos por instantes. “Y así decimos que Dios es un animal eterno y perfecto”. A Él le pertenece la vida y su duración constante como la conocemos.
Tanto de Platón como de Aristóteles nos viene a nosotros la idea de Dios; ese espíritu y sustancia que como idea y razón luego retomarán San Agustín (el padre de la iglesia católica) y Santo Tomás de Aquino ya casi en la puerta del Renacimiento.
Como científico, Aristóteles no desprecia la existencia de un Dios omnipresente y eterno de donde devienen la vida y el Universo. Un Dios en potencia y en acto, pero sin tamaño ni movimiento, ya que por su misma infinitud permanece inmóvil sin que el tiempo tampoco transcurra en Él.
Por ello que Dios permanezca donde siempre ha estado, y en su infinitud no podamos verlo porque simplemente sería imposible mirar tanto. Por lo que a nuestros ojos permanece invisible, pero no por ello inexistente. Su misterio es ese, un misterio no develado por la imposibilidad misma de develar o razonar algo imposible de racionalizar o mirar en su condición.
A la pregunta ¿existe Dios?; ésta tendría que responderse de acuerdo a esta filosofía en su más pura metafísica. Y tampoco sin obviar filosofías posteriores como la de Marco Aurelio o la de Spinoza que aprendieron a contemplar tanto la armonía del Universo en su relación con lo humano, como la totalidad de un ecosistema natural y físico que nos permite comprender la tarea -dice Spinoza- y la presencia de Dios en todo aquello que la vida misma nos permite mirar y sentir, como atributo mismo de la gracia divina de un ser superior.
Dios existe en todo; en cada idea, sentimiento, acción o razón humana. Existe en nuestra incapacidad de mirarlo como dice Aristóteles, de no saber dónde está fuera de su esencia espiritual y divina, infinita y eterna. Pero está ahí. ¡Siempre ha estado ahí!
Para Aristóteles es una cuestión de inteligencia y razonamiento, acerca de una esencia metafísica que no puede ser mostrada. Para otros (el resto de la humanidad que cree en Él); es una simple cuestión de fe.




