Editorial de Peninsular Punto Medio

Hace unos días el restaurantero yucateco Carlos Aguilar Sosa relató que, en una ocasión, un turista de Chihuahua le dijo que en Yucatán parecen niños que se les tiene que exigir que se pongan el cubrebocas, pues al parecer las autoridades no los presionan sobre su salud.

En parte tiene razón.  La pandemia ya llevó bastante tiempo y, como se dice en el argot, “ya le medimos el agua a los camotes”, pero parece que hay algunos que siguen sin darse cuenta de que el agua hirviendo puede provocar quemaduras.

Nuevamente, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, dio positivo a covid-19. Por supuesto, a nadie se le desea el mal, pero han sido en numerosos eventos donde él es el único que no utiliza cubrebocas, a diferencia de los gobernadores y sus colaboradores. Que no es garantía que no te dé, es verdad, pero también existen las estadísticas y se demuestra que la mascarilla sí reduce notoriamente la probabilidad de enfermarse.

En una ocasión señaló acertadamente el periodista Ciro Gómez Leyva: si usar cubrebocas evitó una muerte, pues hay que usarla, así sea una muerte menos de las casi más de 300 mil que van en el país desde que comenzó la pandemia.

Por supuesto, AMLO y sus seguidores tratarán de sacar raja política diciendo que sus opositores están deseando lo peor, pero hacerse a la víctima funcionará 100 veces, pero no 101. La gente se da cuenta de que es mejor decir que tuvo un descuido o se confió para contagiarse, que estar pensando que muchos están felices por su mal. Al contrario, se le desea que pronto se reponga y ojalá aprenda la lección.

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