El hikikomori, conocido como síndrome de la puerta cerrada, es un trastorno que tiene como consecuencia el aislamiento social del afectado llevado al extremo, ya que se encierra en su habitación sin mantener contacto con el exterior y huyendo de todo compromiso social; una decisión que puede prolongarse incluso durante años y que conlleva dejar de lado también estudios y empleo.
“Hikikomori” es una palabra de origen japonés cuyo significado es “estar recluido”, ya que la habitación se convierte en una especie de cárcel donde las personas afectadas cumplen una forma de pena autoimpuesta. En Japón, de donde proviene este trastorno y donde su prevalencia es mucho más elevada, el origen del mismo se suele vincular con la presión social, familiar y educativa que suelen sufrir los jóvenes nipones, que crecen en un ambiente sumamente competitivo.
Según un estudio publicado en 2014 en el International Journal of Social Psychiatry por investigadores del Hospital del Mar de Barcelona, este trastorno vendría derivado mayoritariamente de enfermedades de índole mental como la ansiedad, o los trastornos psicóticos o afectivos, aunque en ocasiones, de forma muchísimo menos frecuente, también podría aparecer como trastorno primario sin necesidad de estar vinculado con otras dolencias psiquiátricas.
PERFIL DEL AFECTADO
En Japón, el perfil de la persona afectada por el síndrome de la puerta cerrada es mayoritariamente el de un varón de entre 15 y 25 años, justamente la edad en la que más sufren los jóvenes la presión social y competitiva. Hay estimaciones que indican que el 0.5% de la población juvenil nipona sufre hikikomori, y que más de uno de cada cien habitantes lo ha experimentado durante al menos seis meses.
En España el primer caso de hikikomori del que hay referencias data de 2007 en el Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza, donde trataron a un joven de 18 años que llevaba más de año y medio encerrado en su habitación y que solo salía de ella de forma excepcional, de noche, para comprar en tiendas abiertas 24 horas. No obstante, los expertos calculan que podrían existir un millar de casos como este sin diagnosticar. No en vano, en el estudio antes mencionado llevado a cabo en el Hospital de Mar de Barcelona, afirman que “se ha subestimado” la presencia del trastorno. En el mismo se atendió a 164 pacientes, la mayoría hombres (76%) con una edad media de 36 años, y que llevaban aislados casi 40 meses de media.
La detección del hikikomori puede ser relativamente complicada en primera instancia aunque se conozca el trastorno, ya que las personas que lo sufren dejan de forma gradual de hacer cosas a las que en principio se les da poca importancia, o se espera que se trate de una actitud pasajera, hasta que acaban perdiendo todo contacto social, incluso con los familiares que conviven con ellas, con los que en ocasiones, pueden incluso mostrarse agresivos. También hay casos en los que los afectados pueden acudir de forma puntual a sus clases o puesto de trabajo, aunque incluso allí mantienen una actitud de total aislamiento, no relacionándose con nadie.
Como consecuencia de este retraimiento, sobre todo cuando es prolongado, los jóvenes afectados por el hikikomori pierden habilidades sociales, y sus referentes morales dejan de ser sus padres, amigos o familiares, para pasar a ser la televisión, el ordenador o los videojuegos, que en muchas ocasiones son su único y exclusivo marco de referencia (aunque en los casos más extremos también pueden llegar a prescindir de la tecnología, haciendo su aislamiento aún más profundo). Además, dejan de lado la higiene. Algo a lo que hay que sumar la pérdida de amistades derivada de todos los años de reclusión.
En muchos casos, conlleva que el afectado caiga en una profunda depresión y casos de suicidio.
Texto y foto: Agencias