Mario Barghomz
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Durante la Edad Media (mil años) se creía que todos los niños nacían malos, y por eso había que corregirlos, castigarlos. Esto sin duda obedecía a la herencia bíblica judía adoptada luego por la religión cristiana, imperante en la época medieval. De tal manera que lo que la iglesia cristiana disponía, la comunidad creyente debía acatarlo.
“El que no castiga a su hijo, lo aborrece, pero el que lo ama, desde muy pequeño lo corrige” Dice la Palabra en “Proverbios 13:24”. Así; todo padre y todo maestro tenían el permiso moral y religioso de disciplinar y castigar físicamente al niño. Aún hoy, y bajo estas tendencias medievales (bárbaras); existen padres y comunidades que castigan física y emocionalmente a los niños.
Casi doscientos años después que terminara la Edad Media (1453 d.C.) con la caída de Constantinopla (gobernada por el Imperio Romano) a manos de los Otomanos; la filosofía del británico Thomas Hobbes determinaba que los hombres eran malos y por ello había que someterlos, naturalmente con leyes y política. “Todo hombre es lobo del hombre” -dice una de las mejores sentencias de Hobbes-.
Pero fueron “Los Ilustrados” en el período de la “Ilustración francesa” (llamado también el “Siglo de las luces”) de mediados del siglo XVIII; quienes determinaron que los niños nacían buenos, y por ello había que cuidarlos (no castigarlos o a varazos corregirlos). Ésta es una de las mejores tesis de Juan Jacobo Rousseau (filósofo ilustrado).
Pero sin duda hoy (2023), y más de mil años después; los padres y ciertos maestros de pensamiento retrógrada, siguen pensando que a los niños hay que castigarlos, corregirlos, aunque les duela en su alma infantil. Y la corrección o guía como tal por supuesto es necesaria en la educación y crianza de todo ser humano. Eso no se discute. El problema radica en cómo hacerlo.
Y a eso está dedicada la Pedagogía y la Psicología Educativa, encargadas de asistir y apoyar a todo padre y maestro en su tarea de criar y enseñar. Aunque también, sin duda, no existe una estadística o un diagnóstico claro y efectivo, apoyado por las ciencias de la educación, que nos digan lo que hay qué hacer y cómo exactamente corregirlo, cuando un niño no obedece o se porta mal. O cuando un adolescente se encuentra ensimismado, ajeno al mundo, lleno de dopamina y rebeldía.
El psiquiatra y neurólogo francés, Boris Cyrulnik; habla de que el problema de algunos niños, de los que se portan mal o no aprenden, no está en ellos mismos, sino en sus padres que no les han sabido dar la suficiente seguridad y confianza para enfrentar la vida. Y por eso fallan y fracasan. Y por lo mismo a la hora de confrontar una situación o un problema, se paralizan, se llenan de temor y desconfianza.
Cyrulnik habla de resiliencia; de cómo un niño aprende a tener seguridad y confianza a pesar de las adversidades. El desarrollo de este carácter (fortaleza) es legado de sus padres; de haberlo asistido con amor, compañía, empatía y guía a tiempo; todo aquello que necesitará más tarde para que cuide y atienda por sí mismo su persona.
Son los niños lastimados o heridos al estar presentes en las peleas o discusiones de sus padres, al ser abandonados o pasar la vida solitarios porque sus padres trabajan todo el tiempo, al ser las víctimas de un divorcio, o pasar inadvertidos en sus juegos, tareas y opiniones que nadie toma en cuenta; los que tarde o temprano caerán en depresión, ansiedad, adicción, enfermedad o una rebeldía o sociopatía que confrontará al mundo en todo aquello que les parezca ofensivo, contrario a su sensibilidad y sentimientos lastimados en su desarrollo.
La mejor tarea para criar y educar es tomar en cuenta la sensibilidad y sentimientos de un niño; abrazarlo, acompañarlo, atenderlo, guiarlo, escucharlo (nunca castigarlo o someterlo, que eso es acción de brutos) y, como dice Cyrulnuk; darle seguridad y confianza a través de la seguridad y confianza misma de sus propios padres.