El arte de la meditación

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

La meditación es a la vez una disciplina y una necesidad. Como disciplina conlleva un aprendizaje y una práctica, un conocimiento de método y modo que permita al practicante llevarla bien a cabo.

Como necesidad la meditación se ha vuelto hoy cada vez más prioritaria, en el sentido que a través de ella (de su disciplina y práctica) podemos fortalecer nuestra mente y la salud de nuestro cuerpo en su relación con nuestros sentimientos y emociones.

Cada vez está más claro dentro de la investigación neurocientífica, que la práctica constante de la meditación fortalece ciertas regiones del cerebro como la ínsula y la cingulada que intervienen en la regulación y gestión de nuestra salud tanto mental como orgánica, en su conexión desde el neocórtex y la zona límbica con nuestro sistema digestivo y cardiovascular.

Tanto el yoga (el ejercicio) como la meditación pueden ser las herramientas esenciales para combatir el estrés, la ansiedad y la depresión. Un cuerpo entrenado y en paz (libre de tensión y rigidez); sin duda es la clave para sanar y encontrar una mejor manera de vivir, más sabia, más plena y más justa. Es decir; en armonía y equilibrio existencial.

Pero a la meditación (como algunos creen) no siempre se accede por la puerta de la religión (ninguna) o el fanatismo de sectas o grupos que pretenden hacer propia su paternidad o raíz. Dos tendencias han querido verla de esa manera, asumiendo que la meditación o es hinduista o es tibetana. Nada más falso que esta idea tergiversada y pretenciosa (al mismo tiempo que en muchos casos, invadida de charlatanes).

Y aunque la meditación tiene su historia en el antiguo hinduismo y la filosofía misma del Buda que la adaptó para que luego asimismo pasara a ser parte de la cultura china y japonesa, que es lo que en Occidente nutre nuestro conocimiento de ella; la meditación es por sí misma una disciplina que puede practicarse lejos de cualquier creencia o pretensión fanática.

Nada de cabezas rapadas (aunque respeto sin duda la del Dalay Lamas y la de mi sensey Matthieu Ricard) ni atuendos vernáculos, músicas tribales o inocuas que en lugar a veces de permitir la meditación, la entorpecen y bloquean.

Yo, por ejemplo, no soy fan del incienso (de ninguno) ni de las flautas, los sonidos de chorros fuertes de agua o los mantras que sólo me distraen, o de meditar en grupo escuchando la respiración de todos, menos la mía.

Mi ejercicio de meditación tiene que ser en aislamiento y silencio para poder escucharme a mí mismo a través de mi respiración, y dejando de ser yo (consciencia) para alcanzar el “nirvana” de mi inconsciente; ¡la subjetividad pura de mi ser esencial!

El propósito de todo buen meditador es encontrarse así mismo, estar en paz y sentirse en plenitud. Nuestra tranquilidad y confianza humana provienen básicamente de nuestro buen espíritu, nuestra mente, nuestra alma, que irradiadas hacia nuestro cuerpo nos proveen de bienestar y salud.

Pero aun en medio del caos y la multitud, los buenos meditadores saben aislarse, apartarse espiritualmente de aquello que impida su concentración y conexión consigo mismos. Con la práctica y la disciplina uno se enseña a meditar no sólo en lugares apartados y en aislamiento, no sólo en posición sentado (flor de loto) o de rodillas sobre una alfombra; sino acostado, de pie o mientras uno mira, camina o está en medio del caos y el bullicio del mundo.

Con la meditación uno puede estar “sin estar”, es decir, mantener el cuerpo presente pero la mente en la profundidad del inconsciente (la esencia de nuestro ser subjetivo). Las dos cosas a la vez; presente pero concentrado (en meditación).

Meditar es fundirse con la naturaleza, ser uno más de sus elementos; aire, sol, lluvia, silencio, plantas, árboles… ¡Meditar es sentirse parte del cosmos infinito de Dios!

(Para Mariann, que busca, como muchos, cómo aprender a meditar para sanar el caos y el ruido del mundo en su mente).