Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana
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Tomar conciencia de cuándo decir que sí y cuando decir que no a personas y actividades en nuestras vidas, puede marcar una gran diferencia, haciéndonos tener el control de nueva cuenta, de aquello que queremos, y de lo que no, de lo que es necesario y de lo secundario.
Es liberador aprender a marcar límites a los demás con respecto a nosotros, para evitar sufrir situaciones de abuso emocional, chantajes, manipulación, entre otras malas prácticas de quienes no saben respetar la dignidad de las personas. Pero también, e igual de importante, es aprender a respetar los límites ajenos. Los límites psicológicos, nos ayudan como una barrera natural al no permitir la entrada de basura ajena a nuestro sistema interior, al mismo tiempo que dejan entrar los nutrientes requeridos, y de la forma adecuada.
Es importante que los linderos de nuestros límites, sean lo suficientemente permeables, para permitir el flujo de lo bueno, noble, de lo que edifica, pero a la vez, resistentes, para dejar afuera el peligro, lo malo, el veneno que estanca personas, planes y vidas.
Los límites, no son murallas, sino membranas, cercando el espacio y territorio personal, de una forma saludable. Los límites, no son sistemas cerrados, sino que cuentan con aberturas que pueden ser concebidas como poros, o puertas, por donde sale todo lo malo que habita en nuestro interior, hacia el exterior, de una forma no dañina para uno mismo ni los demás.
Existen 10 leyes de los límites, mismas que se resumen en: siembra y cosecha, responsabilidad, poder, respeto, motivación, evaluación, pro-actividad, actividad y exposición. Todas ellas, apuntan hacia un mismo sitio: Dios permite situaciones en nuestra vida, para que obtengamos de ellas una enseñanza, y se modele nuestro carácter cada vez más parecido al de nuestro amado Jesús. Dios siempre nos está enseñando algo diferente, teniendo como base, sus principios y valores. Si bien tendremos que pelear innumerables batallas como condición del simple pero complejo hecho de estar vivos y tener una naturaleza caída, también podemos estar seguros de que no estamos solos en ello, y de que Dios siempre tiene un propósito, obrando todo para bien de quienes le amamos.
Existen mitos acerca de los límites, siendo éstos unas falacias o mentiras que muchos dan por hecho, sin si quiera analizarlo con anterioridad. Algunos ejemplos de ellos son: “Si pongo límites, soy egoísta; los límites son indicio de desobediencia; si comienzo a poner límites me lastimarán; si pongo límites, lastimaré a otros; poner límites significa que estoy enojado; cuando otros ponen límites me lastiman; los límites provocan sentimientos de culpa; los límites son permanentes y tengo temor de quemar mis naves”.
Todo ello, puede resumirse en una frase: “Nuestras necesidades son nuestra responsabilidad, y estar bien también lo es”. Los límites deben ejercitarse en distintos contextos, y es un arte aprender a hacerlo. Uno de esos lugares puede ser la familia, en cuyo caso, es útil practicar lo siguiente: Identificar el síntoma, identificar el conflicto, identificar la necesidad latente que mueve el conflicto, aceptar y recibir lo bueno, practicar las habilidades con los límites, decir que no a lo malo, perdonar al agresor, responder no reaccionar, así como aprender a amar con libertad y responsabilidad, sin culpa.
Otro contexto puede ser la amistad, y en este caso, pueden darse las siguientes situaciones de rol entre amigos: complaciente/complaciente, complaciente/controlador agresivo, complaciente/controlador manipulador, complaciente/indolente. Considerando lo anterior, lo aconsejable en éste y los demás contextos, es poner en oración la situación, pidiendo mucha sabiduría para determinar cómo y cuándo decir que sí o que no, según sea el caso, y aprender a ayudar sin depender ni co-depender, pues sólo puede ayudar a otro quien se ha ayudado primero a sí mismo.
Versículo para meditar y aplicar: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?. Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22:36-39).