Mario Barghomz
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Siendo la Filosofía la madre de todas las ciencias, resulta irónico y verdaderamente estúpido que la misma estructura del sistema educativo (en todos sus niveles) la relegue o prácticamente la desaparezca de sus funciones. Sólo un sistema sin razón suficiente puede menospreciar lo que en sí mismo representa la base y cimiento del conocimiento universal, de la sabiduría básica de todo lo conocido.
En su “Metafísica”, Aristóteles escribe: “Todas las demás ciencias tienen, es cierto, más relación con nuestras necesidades, pero ninguna supera a la Filosofía”. La Filosofía no sólo es la ciencia del saber, sino del pensar y la reflexión, de la “sophía” que está en la base de cualquier conocimiento, sea este simple o inmediato, o definitivamente complejo. Una sociedad “dissophica” será siempre una sociedad mediocre.
Se estudia filosofía para entender las cosas primeras y últimas de un conocimiento; el cómo y el por qué de las causas originarias del pensamiento y la sabiduría de las cosas. Un filósofo, por supuesto, no es un especialista (en nada y de nada) y tampoco un hombre de experiencia notable que haya aprendido por los sentidos; sino alguien que entiende el espectro general de todo conocimiento humano, desde aquél que se ejercita en lo práctico, como el del sentido mismo de la ciencia menos comprendida.
La filosofía es la que le permite al cerebro humano (de ahí su importancia), más que hacer, pensar, indagar, entender y comprender. Sobre la Filosofía descienden temas tan profundos como la dialéctica, la ética y la moral humana, la belleza, la libertad, la verdad, la felicidad, la vida, el bien, el mal, la política, el amor y la muerte. Toda palabra, idea o acto humano.
La filosofía indaga sobre el “Ser” y nuestra consciencia, ¿quiénes somos, de dónde venimos y desde cuando estamos aquí?. Se filosofa para entender al hombre y su naturaleza, como lo hacía Sócrates. Para entender el sentido de la ética y de la justicia, como lo hizo Aristóteles. El sentido del deber y el bien moral como lo propuso Kant. El haber nacido bajo la condena de la libertad y que nuestro destino dependa de nosotros mismos y de nadie más, como escribió Sartre. Nacimos en un mundo de vida y muerte, pero también de devenir -dice Martín Heidegger-.
¿Quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde vamos?, ¿somos felices, lo seremos algún día?, todas éstas son preguntas filosóficas. Los niños, desde que son criaturas conscientes, deben saberlo, preguntarse… De hecho, lo hacen. Nacimos siendo pequeños filósofos, ¡estamos llenos de preguntas! Pero en qué momento dejamos de preguntar y preguntarnos, de tener esa capacidad de asombro. Aunque la sabiduría de un sabio radica también en su silencio. El silencio es el principio de la palabra, del sonido y la armonía. ¡A mí me gusta el silencio!
Los primeros filósofos que indagaron sobre de dónde venimos, cómo se originó la vida y cuál fue el primer elemento (arjé) o principio de todo; los llamamos en Occidente “filósofos de la phisis”, es decir, de la Naturaleza. Eran naturalistas y cosmólogos. Tales de Mileto dijo que el primer elemento fue el agua, de donde luego surgió todo. Heráclito que el fuego, Anaxímenes que el aire, y Empédocles que la tierra. Aunque Empédocles argumento asimismo que fueron los cuatro elementos lo que originó la vida y el devenir en la Tierra.
Lo que sabemos hoy, y gracias a cada uno de estos argumentos, es que el cimiento de la vida está en ellos, en estos cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua, que no son otra cosa que el polvo mismo de las estrellas como hoy argumentan los científicos. Polvo del Cosmos mismo de nuestro propio Universo.
Nosotros mismos somos aire (aliento), fuego (energía), tierra (huesos) y agua (vida). Sin ellos no seríamos nada, ni materia ni pensamiento.
Y es gracias a la Filosofía (nuestra ciencia madre) que lo sabemos.