Las inconformidades sociales se cocinan a fuego lento y se vive día a día, con su medida y ritmo propio, eso ha quedado registrado en la historia; nada ocurre de la noche de la mañana, así como tampoco hay soluciones mágicas que lo resuelvan en un instante; asegurar lo contrario es mentir y creerlo es engañarse a sí mismos.
En México, si bien no hay una guerra declarada, sí hay incidentes (demasiados), que ponen en entredicho la paz, con más de 132 mil muertos en lo que va de la actual administración federal y que ha sido capitalizado en los discursos de odio de candidatos que únicamente buscan el poder, sin tener en muy claro algún proyecto/nación para el futuro.
En la presente campaña política hay confrontación; y no es raro si se toma en cuenta dos factores: el primero es un sistema electoral que cada vez pierde más credibilidad no sólo por sus pifias, sino también por la constante descalificación que recibe en busca de manchar los resultados electorales.
El segundo factor es el que se esté manejando un discurso de odio, despertando los temores y culpando de todos los males sociales a una “mafia del poder”, que curiosamente tiene representantes icónicos en el lado de aquellos que venden esperanza a un pueblo cansado y molesto.
La historia nos muestra casos similares, recordemos que en la primera mitad del siglo XX un líder carismático sacó a su país de la ruina e impulso el desarrollo, basando su discurso en la grandeza y culpando de los males a un sector de su población; eso lo llevó al poder y convenció a todos, al grado que incluso fue nombrado “El Hombre del Año”. ¿Su nombre? Adolf Hitler.
Desde 2006 han estado sonando los tambores de guerra. Las fricciones en varias entidades ya se han vuelto costumbre y tenemos que son frecuentes las marchas, las acusaciones, los asesinatos múltiples y agresiones encuadradas como actos de supremacía, de rechazo hacia algún sector, o como “defensa de los ideales”. En suma, hablamos de resultados de discursos de odio, que afectan a terceros que nada tienen que ver, para luego culpar a las autoridades, tal como ocurrió en Oaxaca, en la Ciudad de México o en Guerrero, por ejemplo.
Pero estos actos irracionales no son producto totalmente del señor López. Decirlo así sería simplificar las cosas y liberar de responsabilidad a una sociedad que ha ido cobijando esas divisiones, que ha fracasado en una plena integración de sus miembros. Lo más lógico es que se hubiese desarrollado cuando menos una tolerancia, aunque lo ideal sería el respeto y el reconocimiento de que todos tenemos el mismo derecho a opinar, porque todos somos iguales.
Sí, habrá quienes respondan a esto que la Constitución establece que todos los hombres son iguales, pero más allá de lo escrito existe una separación real por estratos y que lejos de superarse, parece que actualmente se refuerza, combinando miedos sociales, fobias e ideologías nefastas, capitalizando el enojo por las condiciones políticas y económicas, con la estrategia de minimizar o ignorar los logros, para magnificar los errores.
Y al margen de que haya o no brotes de violencia en varias partes del país, en muchos lugares habrá aguas calmas a la vista, pero con furiosos torrentes por debajo de la superficie que alimentarán ese espejo de agua que refleja únicamente lo que se quiere ver pero oculta lo que no se quiere admitir.
Podrán subirse muchos mesías o líderes mediáticos al tren de la inconformidad y el temor popular, podrán en su momento jugar y aprovecharse de los miedos, pero tarde o temprano serán arrojados a las vías, al no saber cómo responder a las necesidades de una sociedad en constante evolución.
Actuar por capricho sólo refleja desconocimiento de donde se está parado y que se vive aislado de la realidad, como le pasó al Príncipe Feliz, pero esta vez sin una golondrina que le cuente la verdad del pueblo.
Hasta la próxima…
Por Miguel II Hernández Madero