Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
De Iris Sommer, neurocientífica holandesa, se publicó en 2022 (idioma español) un libro bajo el sello de la Editorial Amat (versión electrónica, Kindle) y el título que yo reproduzco en el encabezado de este artículo.
En el texto Sommer intenta separar, por supuesto mediante juicios de investigación científica, las características propias del cerebro femenino con respecto a las propiedades, también inherentes, del cerebro masculino. Y más allá de lo que podría parecer o suponerse pros y contras entre un cerebro y otro, sobre todo Sommer analiza las semejanzas naturales de cerebros que sólo van a ser diferentes en determinados aspectos de su género, herencia y desarrollo.
Es a las tres semanas del feto dentro del útero de la madre que éste comienza a desarrollar su cerebro junto con la médula espinal, y será entre la sexta y décima semanas que se defina su sexualidad con la producción (si o no) de testosterona, ya que, durante las primeras semanas del desarrollo embrionario, los órganos sexuales de las niñas y los niños siguen siendo los mismos.
De manera cultural debemos entender que antes importaba que un niño naciera hombre y no mujer, por aquello de las herencias de nobleza y reinos que sólo podían heredarse a los hombres. Por años (cientos de ellos) las mujeres siempre ocuparon un lugar secundario (y a veces ninguno) en la vida familiar y la actividad social. Fue hasta mediados del siglo XX que la mujer comenzó a llevar también un papel protagónico, junto al hombre, que hasta hoy le ha dado la posibilidad de crecer, educarse y mantenerse a la altura misma de un varón.
Pero ahora visto desde la neurociencia resulta significativo comprender, ya no sólo por prejuicio, etnia o cultura, cual es la exacta semejanza o diferencia entre el cerebro de un hombre y el de una mujer. Para empezar y desde su nacimiento, los cerebros de los varones tienden a ser más grandes y de más peso. Su dimensión irá de acuerdo a la estatura corporal, de tal manera que personas con menos altura tendrán cerebros más pequeños. Las mujeres, por tanto, siendo por termino medio más pequeñas de estatura que los hombres (no todas), tendrán cerebros más pequeños (11% menos de volumen) y regularmente con cien gramos de peso menos que el de los varones.
También en cuanto al número de neuronas que contiene, desde que nace, el cerebro de un ser humano, y que se cuentan en 86 mil millones, el cerebro femenino, por ser menos grande, tendrá 4 mil millones de neuronas menos. Sin embargo; hoy sabemos también que no es precisamente por el número de neuronas que se tengan (mayor o menor), el desarrollo o capacidad intelectual de un cerebro; sino por el número de sus sinapsis, es decir, el de sus conexiones.
Al respecto podemos argumentar que, en ciertos ámbitos o áreas del cerebro femenino, se desarrolla un número de sinapsis superior al de los varones, por ejemplo, en el del lóbulo temporal diestro y durante la adolescencia donde las conexiones neuronales de una mujer suelen mantenerse más y con más fortaleza y determinación que las de los varones.
Sin duda, y como dice Sommer, el género y las hormonas (masculinas o femeninas) importan, y muchas veces hacen la diferencia. Aunque tampoco es en sí la diferencia anatómica, de peso o de número de neuronas lo que determina la inteligencia o sensibilidad de un pensamiento, sino su misma evolución y desarrollo. Habrá etapas -dice Sommer-, en que el cerebro de la mujer tome la delantera, y otras en que será el varón donde se determine una condición de mayor capacidad en la solución de problemas y jerarquía de pensamiento.
Nos queda entonces claro, visto ya con estos argumentos científicos, que no hay una menor capacidad en la condición de las mujeres con respecto a los hombres. Aunque, sin embargo; cada cerebro es un mundo y muchas veces una incógnita cuando hablamos de sensibilidad, emociones, sentimientos y maneras de pensar. Y esto sí puede ser mejor o peor; pero no por la condición natural de un cerebro, sino por el entorno, la etnia o la educación.