El destapador y sus corcholatas

Carlos Hornelas 
carlos.hornelas@gmail.com

El 23 de agosto del 2022, en una de sus conferencias “mañaneras”, el presidente López Obrador explicó por qué los aspirantes a candidatos presidenciales son llamados por él con el mote de “corcholatas”, aquí textualmente:

“Cuando era presidente Luis Echeverría se acostumbraba que en su momento el presidente nombraba al sustituto. Supuestamente nadie se movía, “había tapados” y de repente el presidente decía: ¢Va a ser este secretario¢, y ya utilizaban al partido en el gobierno para llevar a cabo ahora sí el procedimiento”.

En su declaración el presidente deja ver algunas cosas. La primera, es una especie de nostalgia del pasado remoto en el cual el presidente en funciones se arrogaba a sí mismo la facultad de elección de su sucesor, convirtiéndose así en el gran elector. Sin necesidad de consulta a las bases ni al partido ni al pueblo, una decisión completamente discrecional a partir de su investidura.

La segunda, como se lee en su declaración, que solo a partir del banderazo de salida, es decir, de su visto bueno y bendición, todo el aparato manejado desde el gobierno con el presidente a la cabeza, coordinaba sus acciones para operar la elección. Es decir, usaban todos los recursos públicos de los cuales disponían para alcanzar el triunfo en las urnas, pese a ser patrimonio del pueblo. Desde los dineros hasta los acarreados, todo el sistema ponía todo lo humanamente posible para irse a la cargada con el ungido por el mandamás.

La tercera, que, en una suerte de prerrogativa única, el presidente podría iniciar una especie de competencia o juego cruel y perverso entre los aspirantes, en el cual les pondría pruebas, les daría ciertas ventajas, les negaría recursos o les abriría puertas para probarlos, según sus personalísimos criterios para saber si pudieran ser dignos de la designación y ¿por qué no? para seguir ejerciendo su poder e influencia sin tener sombra hasta el último momento.

La cuarta, que al llamarles “corcholatas” les quita cualquier rasgo de personalidad que los diferencia puesto que sus características individuales quedan en segundo término. No son dignos de tener un nombre o identidad propios. Son las cosas que una persona puede mover y jugar a su antojo. Esta concepción de sus colaboradores poco abona a lo que dice ser su gran sentido “humanista” de la persona.

La quinta, que al reducir el nivel del discurso político a expresiones tan coloquiales también simplifica un proceso que de suyo debería ser complejo. La resolución de una candidatura en una democracia debería pasar por un examen de su propuesta particular, de su capacidad para interpretar el entorno y sus retos, así como de la originalidad de sus soluciones para llevar a cabo las acciones necesarias para su logro. Debería tomarse en cuenta también, por su puesto, su capacidad y sus competencias en diversas áreas, así como sus resultados, a fin de asegurar el perfil más adecuado. Lo que se deja ver con las “corcholatas” es la total banalización de sus subordinados, ni siquiera en el ocaso de su mandato les permite brillar con luz propia.

¿Ha cambiado entonces algo desde Luis Echeverría?, ¿quién y bajo qué criterios específicos ha seleccionado a los finalistas que aparecerán en la encuesta para la selección del “bueno(a)”? ¿Con qué autoridad el presidente los llama para cenar en un evento privado si ni son sus hijos ni serán por siempre sus colaboradores?

Por lo pronto, aquellos que apoyan a una u otra corcholata están llenando de anuncios toda la República, mostrando su desdén por la legislación electoral vigente y su desprecio por el marco legal en la materia con la anuencia del presidente. ¿Quiénes los financian?, ¿a qué los están comprometiendo? Además, el candidato estará designado mucho antes de las fechas estipuladas por la ley. Así empezamos, ¿qué podemos esperar?