Lic. David Colmenares Páramo
Auditor Superior de la Federación
brunodavidpau@yahoo.com.mx
En 2020, Naciones Unidas en su Informe sobre las Migraciones en el Mundo, 2020-2022, reportó que hubo 280.6 millones de migrantes internacionales, esto es el 3.6 por ciento de la población mundial.
Por regiones, Europa recibió al 30.9 por ciento de la población migrante, Asia el 30.5%, América del Norte el 20.9, América Latina y el Caribe 5.3% y África el nueve por ciento.
Esther Duflo, Premio Nobel de Economía, ha dicho que “la gente se va cuando lo que se tenía como “hogar” ya no existe. Los crímenes, la violencia, las guerras, y el desconocimiento de los derechos humanos han convertido el hogar en la boca de un tiburón”. Agrego, a la delincuencia organizada, la economía informal, en suma, la gran estructura mundial de la desigualdad y las guerras que lastiman a los inocentes y desvalidos.
Las estadísticas al respecto no son alentadoras y si expresan la necesidad de encontrar soluciones globales y locales. La única forma de contenerla, o por lo menos la más eficaz es promoviendo el desarrollo en sus países de origen.
Mucho se ha hablado de los programas de ayuda para el desarrollo, por parte de los programas de organismos como el Banco Mundial o el BID. Pero los países deberían hacerlo como la Alpro, en el pasado. Al respecto México ha apoyado a Centroamérica, pero los demás deberían intentarlo.
Sumemos coyunturas, como las huelgas que han sido preámbulo de cambios en las relaciones laborales y de la sustitución del trabajo humano por robots. Es motivo de reflexión el libro “El Fin del Trabajo” de Jeremy Rifkin, que hoy es más vigente que nunca.
El asunto es su alerta para revisar el impacto de la tecnología para mantener el empleo, el trabajo, particularmente en algunos sectores y de alguna manera tiene que ver con el tema de la migración, la desigualdad y la pobreza, las guerras lo más irracional que existe, provocan genocidios, propician migraciones, consumen recursos que podrían ser usados para abatir la miseria, etc. Mucha gente desesperada ante los niveles de pobreza en que viven sus familias y la imposibilidad de obtener un trabajo digno, y permanente huye de su lugar de vida.
En el prólogo del libro de Rifkin, el maestro Robert L. Heilbroner, autor de la Vida y Obra de los Grandes Economistas, que tanto nos impulsó a leer el maestro Edmundo Flores en la entonces Escuela Nacional de Economía de la Unam, quien señalaba que “los economistas siempre nos hemos mostrado incomodos, con lo que la maquina hace por nosotros y para nosotros. Por una parte, -decía-, las maquinas son la reencarnación autentica de la inversión que impulsa la economía capitalista. Por otra la mayoría de las veces, cuando se instala una máquina, se despide a un trabajador, a veces a más. “
En algún momento antes de la revolución industrial, se daba un desplazamiento de los trabajadores a otros sectores: del sector agropecuario, al sector industrial, a las fábricas, en los sector servicios. En efecto antes de la revolución industrial las labores agrícolas ocupaban la mayor fuerza de trabajo, junto con la guerra. Cuando la tecnología llega a la agricultura se desplazan los empleos al sector industrial. Menciona Heilbroner que “en 1810 tan solo 75 mil personas trabajaban en las “nuevas fábricas” en las que se producían diversos artículos de hierro, 50 años más tarde eran más de 1.5 millones, mientras en 1910 superaban los ocho millones.
En 1960 la cifra se había doblado… así hasta que llego a impactar a algo más del 35 por ciento del total”. Hoy hay muchos estudios que anticipan que la tecnología, que, en el futuro, podrían desaparecer un gran número de profesiones.
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